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Actualizado: 14 de julio de 2025
¡Ay, Angelina! exclamé poniéndome en pie. ¡Es preciso que esto tenga término!... La joven comprendió al punto lo que iba yo a decirle, y se puso trémula, asustada, roja como una amapola. Me acerqué de puntillas, y apoyado en el respaldar del sillón, me incliné, y en voz baja le dije al oído: Angelina: ¡la amo a usted! ¡Me muero de amor!...
Pero dése vuesa merced priesa, señora Trifaldi, que es tarde y ya me muero por saber el fin desta tan larga historia. -Sí haré -respondió la condesa. Capítulo XXXIX. Donde la Trifaldi prosigue su estupenda y memorable historia
Y luego que se acercó tomándole una mano entre las dos suyas amarillas, descarnadas, exclamó mirándola con fijeza terrible a los ojos: ¡Me muero, hija, me muero! ¿No es verdad que lo sientes?... ¿por lo menos que no te alegras? ¡Oh, mamá! Dí que no te alegras insistió con ansiedad sin apartar su mirada de los ojos de la joven. ¡Mamá, por Dios! exclamó ésta aturdida y aterrada a la vez.
Vosotros sois los tiranos, Que no la queréis rogar Que dé a mi intento lugar; Que yo, que le adoro y quiero, ¿Cómo puede ser, si muero, Que pueda a Elvira matar? ¿Qué señora presumís Que es Elvira? ¿Es más agora De una pobre labradora? Todos del campo vivís; Mas pienso que bien decís, Mirando la sujeción Del humano corazón, Que no hay mayor señorío Que pocos años y brío, Hermosura y discreción.
Tan enfermo, que esta mañana, después de haber hecho testamento, me llamó y me dijo: Juan, es necesario que te vayas á Madrid en busca de tu tío Francisco, yo me muero; es necesario que antes de que yo muera reciba mi hermano esta carta, que he escrito con mucho trabajo esta noche. Y sacó de debajo de la almohada esta carta cerrada y sellada que me entregó.
Pues digo, si lo que Dios no quiera, sobreviene la muerte a la hora menos pensada, y la coge así, le cayó la lotería». Si me muero, me llevo a mi hijo conmigo dijo la diabla, volviéndole a coger y estrechándole contra sí. Otra barbaridad. Hoy estamos de vena. ¿Pues no es mío?, ¿no le he dado yo la vida? ¡Cómo!... ¿darle vida usted? Hija, no tiene usted pocas pretensiones.
Fortunata no daba un paso. Y se precipitó en los brazos del Delfín, lanzando este grito salvaje: «¡Nene!... ¡bendito Dios!». Olvidados de todo, los amantes estuvieron abrazados largo rato. La prójima fue quien primero habló, diciendo: «Nene, me muero por ti...». «Ven acá» dijo Santa Cruz cogiéndola por una brazo. Dejábase llevar ella, como la cosa más natural del mundo.
Cuando vuelva a casa diré la verdad; y si la señora está viva para cuando yo llegue y no quiere creerme, que no me crea; y si se enfada, que se enfade; y si me despide, que me despida; y si me muero, que me muera». Aunque Nina no lo pensara y dijera, bien se comprenderá que el desasosiego y consternación de Doña Paca en aquella triste noche superaron a cuanto pudiera manifestar el narrador.
«Don Augusto de mi alma le dijo , por Dios, no la abandone usted... Mire usted que lo hace, y lo hace... y yo me muero...». Capítulo XVIII Muerte de Isidora. Conclusión de los Rufetes Aunque Augusto no manifestó su propósito, lo tenía, y muy firme, de no abandonar a la infeliz mujer que tan sola y en peligro de ruina estaba.
Sollozos más hondos y desgarradores fueron la respuesta. El Padre Arrigoitia estrechó cariñosamente las manos de la afligida. ¿Me promete usted...? murmuró con ardiente súplica, con la autoridad toda de su voz, acostumbrada a mandar en los espíritus. Sí, respondió Lucía.... Me iré mañana... pero déjeme ahora desahogar..., me muero. Llore usted contestó el jesuita . Ensanche ese corazón.
Palabra del Dia
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