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Actualizado: 17 de junio de 2025


Sánchez Morueta siguió su paseo á grandes zancadas, con la cabeza baja, como si fuese a embestir contra los planos y modelos de buques colgados de las paredes. De pronto se detuvo en la puerta de la habitación contigua, mirando con ojos feroces al secretario, que se había escurrido hasta su mesa para continuar el trabajo. El pobre hombre tembló al verse enfrente de su irritado principal.

Pero terminó entre los dos la antigua amistad. Aresti, aislado en las minas, evitaba el bajar á Bilbao, sabiendo que su mujer visitaba con frecuencia la casa de su primo. Cuando Sánchez Morueta abandonó la villa para habitar su hotel de Las Arenas, Aresti fué á verle con más frecuencia. Le interesaba su sobrina Pepita, que acababa de salir del colegio y casi era una mujer.

Sánchez Morueta contemplaba con admiración á su primo. ¡Ah; su Luis! ¡Que hombre!... Su pensamiento tímido y fluctuante sentíase arrastrado por las palabras del médico. Le entusiasmaba aquella apología de la actividad universal.

¡Qué hermoso! exclamó dando con el codo al millonario y mostrándole sus fundiciones. ¡Y pensar que de pequeño has correteado entre los chicos de Olaveaga! Debes estar satisfecho de tu obra. ¿Hay alguien más feliz que ?... Sánchez Morueta miró un instante á su primo, con inquietud, como si temiera que se burlase. Después añadió con voz lenta: , no estoy descontento de la suerte.

Aresti seguía moviendo la cabeza, como quien oye una canción harto conocida. No le extrañaba la situación de Sánchez Morueta: era la de muchos poderosos de aquella tierra. Vivían rodeados de todos los goces del bienestar, pero en una pobreza triste de afectos. Los matrimonios eran vulgares asociaciones para crear hijos y que la fortuna no se perdiera.

Y Aresti, evocando de un golpe todo el pasado, hacía preguntas á sus compañeros, recordándoles los incidentes de la juventud. Aún veía, como si lo tuviera ante sus ojos, al señor Juan Sánchez, el padre de Sánchez Morueta, el patriarca de la familia, el iniciador obscuro de la presente prosperidad, el que de un tirón los despegó á todos del bajo fondo social en que habían nacido.

Y hablaban de su prima, la «antipáticamente virtuosa» como él la llamaba: aquella Cristina que se creía postergada por haberse unido á Sánchez Morueta á pesar de que éste le trajo la fortuna. ¿Qué iba á decir ahora, en plena riqueza, ante la posibilidad de emparentar con un empleado de su casa?

El doctor le escuchaba pensativo. ¿Cristina fué en busca tuya? preguntó con cierto asombro. Pues vuelve á ella y la encontrarás. No te asustes por lo ocurrido entre vosotros. De un modo ú otro, vuelve: ella te aceptará. Sánchez Morueta le miraba con incertidumbre. Vuelve, hombre continuó el doctor: es la única solución que puedo ofrecerte.

En sus manos largas, algo grandes para sus brazos delicados, había mucho de Sánchez Morueta. Era la primera evolución de la estirpe hacia el afinamiento de la ociosidad y el bienestar, guardando aún los signos de su origen.

El tren dejó atrás los torreones gemelos de los altos hornos de fundición «los castillos feudales de Sánchez Morueta» según decía el doctor, que pregonaban la gloria industrial de su poderoso primo, y después de atravesar un túnel, avanzó por la ribera cruzando los descargaderos de mineral.

Palabra del Dia

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