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Actualizado: 17 de noviembre de 2025


Podía haber seguido engañándole; negar una vez más; mantenerlo en la dulce ceguera que le adormecía, sin fuerzas para buscar la verdad. «Vivimos de mentiras: sólo el engaño es dulce», decía ella en las horas de abandono, cuando en brazos de Sánchez Morueta recordaba su pasado de aventuras.

Sánchez Morueta, después de la lectura de los anónimos, recordaba haber oído su nombre de labios de Judith en los momentos de abandono, hablando de él como de un amigo antiguo. Sabía, además, que el aventurero había pasado largas temporadas en Madrid ocupando su sitio, todavía caliente, apenas emprendía el regreso á Bilbao.

Aquella tumefacción del paisaje era obra del hombre. La montaña se había formado espuerta sobre espuerta. A su sombra habían nacido Gallarta y la riqueza del distrito. Era la escoria de la mina de San Miguel de Begoña, la explotación más famosa de las Encartaciones: toda de mineral campanil y del más rico. Allí habían comenzado su fortuna Sánchez Morueta y otros potentados de Bilbao.

Ahora la llamaban irónicamente «la gran cristiana», y era la primera en todas las juntas de las asociaciones religiosas y pías fundaciones, sembrando á manos llenas, en cofradías y conventos, el dinero de Sánchez Morueta. Aresti, al llegar á este punto de sus recuerdos, fijaba la mirada en su primo, sentado junto á él en el carruaje. ¡Ay! Aquel tampoco era dichoso.

Es un señor muy rico, ¡muy rico! dijo el hermano, adivinando su curiosidad. Está haciendo los ejercicios seis días. Creo que es de Bilbao y que le llaman... Pero antes de que el lego dijera el nombre, el seglar se volvió oyendo el ruido de los pasos. ¡Pepe!... gritó el doctor. La sorpresa no le permitió decir más al reconocer á Sánchez Morueta.

Y el abogado miraba á Aresti con superioridad, seguro de haberle aplastado con estos argumentos aprendidos en Deusto, sin reparar en que, por defender á sus maestros, atacaba á Sánchez Morueta. El doctor sentíase irritado por el aire de triunfador que tomaba el joven ante las dos mujeres, las cuales parecían admiradas de sus palabras.

Lo que demuestra que los antiguos tiempos eran los buenos y que, para tranquilidad de todos, hay que volver á la época en que no había progreso y los hombres vivían tranquilos. Sánchez Morueta miró al joven con unos ojos que alarmaron á doña Cristina, haciéndola temer por su sobrino. Eso es una majadería dijo con calmosa gravedad.

La hija de Sánchez Morueta era tan admirada como su padre, cuando iba á Bilbao á oír misa en la iglesia de los jesuítas ó asistía por las tardes á las conferencias de las Hijas de María.

A pesar de este final triste, los convidados de Sánchez Morueta reían, encontrando muy interesantes las diversiones de los opulentos patanes. Era bien entrada la tarde cuando terminó la comida. El capitán Iriondo después de brindar por su principal y amigo se despidió, alegando que tenía á la carga un buque de la casa. El secretario Goicochea se fué con él para dar el último vistazo al escritorio.

Adiós, para siempre. La ilusión de varios años desaparecería sin dejar rastro. Más vale así dijo el doctor. : mejor es que haya huido. Sánchez Morueta se avergonzaba al pensar en su cobardía de la segunda noche. Se tenía miedo á mismo.

Palabra del Dia

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