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Que entre los moriscos de la Alpujarra y del Albaicin y el Imperio turco habian mediado tratos, era cosa indudable.

El ofendido de esta manera, se queja de no tener ningún hijo que vengue su injuria, sino sólo una hija, que lo aflige más en su desdicha; por lo cual demuestra á los moriscos reunidos, que estas medidas no tendrán otro resultado que hacerlos á todos esclavos, excitándolos á vengar su oprobio, porque á todos ellos alcanza. En efecto, toda la reunión pronuncia ese juramento de venganza.

9 El dichoso en Zaragoza, del Dr. D. Juan Pérez Montalbán. 10 Los bandos de Luca y Pisa, de Antonio de Acevedo. 11 La playa de Sanlúcar, de Bartolomé Cortés. 12 Origen de Nuestra Señora de las Angustias y rebelión de los moriscos, de Antonio Fajardo y Acevedo. 1 Juegos olímpicos, de D. Agustín de Salazar. 2 El mérito es la corona, del propio autor. 3 Elegir al enemigo, del propio autor.

Causa un verdadero placer, mezclado de curiosidad, la rápida inspeccion, en las estaciones del ferrocarril, de aquellos grupos de labriegos encantados al oir el prolongado silbido de la locomotiva, que les ha sorprendido en sus hábitos moriscos y su ignorancia peninsular.

¿Este es el que presta un celemín, y recoge dos fanegas de grano de los perros descreídos? Hermano, . He ahí una usura, respondió el soldado, que ningún mal acarrea ni al cuerpo ni al alma. ¿Y el otro que le acompañaba era Juan Molino, el corchete ganzúa, que lleva cuenta de los moriscos que ni van ni vienen a la iglesia? , hermano.

Vi en la obscuridad brillar sus ojos negros, gozosos y blanquear las filas de sus dientes moriscos, y se huyó de repente mi tristeza. Sin embargo, dije exhalando un suspiro: ¡Oh! Si esto dura mucho tiempo, me voy a quedar como una flauta... Mira, las sortijas se me salen del dedo. Mejor, cuanto más delgadito menos galleguito.

Y de aquí la multitud de preciosos romances moriscos y el tinte imaginariamente oriental que engalana tantas de nuestras obras poéticas, desde los mismos romances moriscos que incluye en sus Guerras Civiles el mencionado Ginés Pérez de Hita, hasta los admirables romances de Góngora y de D. Nicolás Moratín, hasta el arabismo cordobés del duque de Rivas en El moro expósito, y hasta los esplendores y ensueños orientales del valenciano Arolas y del instintivo y popularmente iluminado poeta Zorrilla en su leyenda de Alhamar y en otras composiciones y fragmentos.

Réstanos solo añadir, para mayor claridad, que en nuestros antiguos documentos legislativos se sigue el uso vulgar de llamar moros indistintamente á todos los muzlimes sujetos á la dominacion cristiana, sean árabes ó berberiscos. Estos moros estaban divididos en cuatro clases: los conversos, los siervos, los libertos y los mudéjares. Los conversos llevaban tambien el nombre de moriscos.

Refirió, pues, al Canónigo todo lo que hiciera desde que le dejó en la plazuela de la Catedral aquella tarde. Dijo la doble manera de llegar a la casa de los moriscos y las señas de Aixa, de Gulinar y de algunos conspiradores.

Hay motivos para dudar, puesto que no hemos encontrado dato alguno que lo confirme, del aserto de Sismondi, de que en las cortes de Viena y de Munich se representaron comedias españolas; pero parece, al contrario, positivo que en el serrallo de Constantinopla se representaron algunas por moriscos y esclavos españoles, que las recibían de mercaderes venecianos . EDAD DE ORO DEL TEATRO ESPA