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Holgárame de oír relatar a vuesa merced, ante un concurso como éste, todo su lance con los moriscos, punto por punto. Otro día será, señor. Agora temo que el mucho hablar me encienda la calentura.

De dos puntazos secos le reventó las pupilas a un anciano, ricamente vestido, que se adelantó espectral, en el fulgor de la luna. Los moriscos se apartaban, amedrentados.

Abajo estaban la sombría alarma, el perpetuo miedo á los bandos que desgarraban el país vasco, los ventanucos para dar paso al arcabuz; arriba la elegancia, copiada de los árabes; la alegría en la construcción, de un pueblo artista; las ventanas graciosas como ajimeces moriscos, para soñar en ellas á la caída de la tarde, después de haber leído un libro de caballerías.

Los moriscos, siempre fija la vista en su independencia y su venganza, no apartaban su cariño de aquella familia que por tantos años había sostenido en España el vacilante poder de los árabes haciendo de Granada la ciudad más hermosa del mundo.

Amén, amén respondieron a una el muchacho Mercado y el mensajero del asno, quien, al seguir su paso, le dijo al soldado: Con algo de desabrimiento habláis de nosotros, pobres moriscos, y a fe a fe que no sino moriscos son estos bocados que coméis, y no sino morisca es esa María que tanto alabáis y que todos bendecimos.

En 1570, doce años después de la muerte del Emperador, fué á visitar su sepultura el rey D. Felipe II, al paso que se dirigía á Córdoba con motivo de la rebelión de los moriscos de Granada. Ya veremos nosotros todas estas habitaciones, que existen todavía.

Las expulsiones de judíos y moriscos por la intolerancia religiosa; la Inquisición con el miedo que inspiraba; las continuas guerras en el exterior; la emigración a América con la esperanza de enriquecerse sin trabajo; el hambre, la falta de higiene, el abandono de los campos, habían realizado esta rápida despoblación.

De la mejor de estas novelas, Cristianos y moriscos, dice Cánovas del Castillo en su obra El Solitario y su tiempo: "Si alguien quiere conocer lo que a la raíz de la conquista de Granada era un pueblo de la serranía de Ronda, de la Ajarquia de Málaga o de la Alpujarra, y por qué manera se pensaba en él y se vivía, no tiene más que recorrer las páginas de aquel librillo delicioso.

Lo de la expulsión de los moriscos es necesario que se lleve cuanto antes á cabo, porque es necesario que cuanto antes, teniendo como tenemos guerra con Inglaterra, con Francia y en el Milanesado, la tengamos también en España, y esta guerra la provocarán los moriscos, que no se rendirán sin combatir.

Era el dueño y huésped de los que creen en Dios por cortesía o sobre falso; moriscos los llaman en el pueblo. Recibióme, pues, el huésped con peor cara que si yo fuera el Santísimo Sacramento. Ni si lo hizo porque le comenzásemos a tener respeto o por ser natural suyo de ellos, que no es mucho que tenga mala condición quien no tiene buena ley.