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Actualizado: 29 de julio de 2025
Tras de esto, se vió bajar un hombre por el tronco de un árbol, se vió que cruzaba la huerta, montaba sobre la tapia y desaparecía. Se cerró la ventana del cuarto de Catalina, y en el mismo momento Carlos se llevó la mano a la frente y pensó con rabia en la magnífica ocasión perdida. ¡Qué soberbio instante para concluir con aquel hombre que le estorbaba! ¡Un tiro a boca de jarro!
Desde el martes mirábala él con descolorida ternura dormías de noche... ¡Oh, podías haberte acostado!... ¡Inmensos, los brillantes! Porque su pasión eran las voluminosas piedras que Kassim montaba. Seguía el trabajo con loca hambre de que concluyera de una vez, y apenas aderezada la alhaja, corría con ella al espejo. Luego, un ataque de sollozos.
Uno de los obreros levantó la vista y le clavó una mirada indefinible de odio y desprecio. Cuando el mueble estuvo en su sitio, el duque mandó enganchar y se dirigió a sus habitaciones a quitarse el polvo. Poco después bajaba por la gran escalinata del jardín y montaba en coche, dando orden que le condujesen al hotel de su querida.
Quiso repetir el feroz centauro, pero el hombre se levantó con agilidad y se dió a correr de tan prodigiosa manera, que el segundo garrotazo lo dió en el suelo, y en cuanto al tercero ni lo intentó siquiera. ¡Mal rayo! rugió Piscis. Este rugido debió de llegar a oídos de su feliz amigo, porque algunos segundos después montaba sobre la barandilla y se apeaba bonitamente en la calle.
Roger vió que el corcel venía cubierto de polvo y sudor y que lo montaba uno al parecer soldado, de duras facciones y con casco, coleto de ante y espada. Sobre el arzón llevaba un paquete envuelto en blanco lienzo. ¡Paso al mensajero del rey! gritó al acercarse. Poco á poco, seor gritón, dijo el noble atravesando su caballo en el camino.
Algunas veces le montaba sobre los muslos y se entregaba, sin saber por qué, a un movimiento vertiginoso de caballo desbocado haciéndole saltar más de lo que el chico deseara.
Vestido completamente de negro, a la moda de los acróbatas, llevaba polainas de gamo que caían en numerosos pliegues sobre su pierna, y una gorra de marinero sobre la que flotaba una pluma blanca; montaba con una destreza y una elegancia poco comunes, un pequeño caballo blanco enjaezado a la morisca, lleno de vigor y de fuego; en fin, largas pistolas ricamente damasquinadas pendían de los arzones de su silla, y él no llevaba más que uno de esos sables cortos y estrechos que usan los marinos de guerra.
A los pocos momentos, Rojas, que parecía soldarse á los caballos que montaba, hasta formar un solo cuerpo con ellos, adivinó bajo sus piernas un estremecimiento de muerte. Sacó ágilmente sus pies de los estribos y se echó al suelo, al mismo tiempo que rodaba la pobre bestia, arrojando por el pecho un caño de sangre igual al chorro purpúreo de un tonel de vino que se desfonda.
Montaba, como hemos dicho, Cervantes la galera Marquesa, que era de las de Andrea Doria, con la gente de infantería del capitán Diego de Urbina; y cuando a la vista la una de la otra las dos escuadras, llegó el punto del rompimiento de la batalla, Cervantes, que muy enfermo y con calentura estaba en el entrepuente, subió a la cubierta y pidió le pusiesen en el lugar de más peligro; advirtiole Diego de Urbina que mirase que estaba enfermo, y que de muy poco podía aprovecharse su esfuerzo cuando tan sin fuerzas se hallaba; a lo que respondió Cervantes, y a lo que otros como el capitán le decían: Señores, ¿qué se diría de Miguel de Cervantes?
Así es que cristianos y turcos avanzaban los unos contra los otros, todos engañados acerca de las fuerzas del enemigo, y todos confiando en el triunfo de sus armas. Pero ni eran pocas las galeras cristianas, ni valadí ni allegadiza la gente que las montaba, ni a Alí-Bajá había abandonado el dey de Argel Aluch-Alí.
Palabra del Dia
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