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Actualizado: 7 de junio de 2025


Se sirven de la moneda en sus tráficos, usando indistintamente la española ó la china, de la que emplean la llamada Chapeca, del tamaño de un ochavo, con un hueco cuadrado en el centro, por el que las ensartan, formando largos y pesados rosarios. Cada mil de estas monedas vale un peso.

Y Ricardo, pálido y trémulo como el jugador que pone junto a una carta las últimas monedas que le quedan, trataba de arrastrar a su novia hacia la sala, sujetándola fuertemente por la muñeca. María inclinó la cabeza y no dijo una palabra. Se dejó arrastrar sin oponer resistencia, bajando los cuatro o cinco peldaños de la escalera.

Acto continuo repartió las perras, que iba sacando del cartucho una a una, sobándolas un poquito antes de entregarlas, para que no se le escurriesen dos pegadas; y despidiéndose al fin de la pobretería con un sermoncillo gangoso, exhortándoles a la paciencia y humildad, guardó el cartucho, que aún tenía monedas para los de la puerta del frontis de Atocha, y se metió en la iglesia.

Acudí luego a desatar el lienzo, en el cual vi un nudo, y dentro dél venían diez cianíis, que son unas monedas de oro bajo que usan los moros, que cada una vale diez reales de los nuestros.

Para maldita la cosa, por el simple gusto de juntar monedas en un cajoncillo y contarlas y remirarlas de vez en cuando... Sin duda aquel hombre... que era muy bueno, eso , esposo sin pero y padre excelente... no sabía colocar a su mujer en el rango que por su posición correspondía a entrambos.

Los jóvenes sacaban de la faja las monedas de cobre, después de largos titubeos, y bebían, justificando mentalmente este gasto extraordinario con el absurdo pensamiento de que al día siguiente no habían de trabajar.

Sólo Lola Madariaga, que se enorgullecía de ser muy caritativa y era presidenta, secretaria y tesorera de tres sociedades de beneficencia, respectivamente, fué la única que se aventuró a hablar con ellos y aun esparció algunas monedas de plata. Pero de la oscuridad partieron al cabo frases obscenas, algunos insultos que la obligaron a retirarse.

Y luego de entregar unas monedas pudo alejarse y vagar libremente. Sabía lo que le esperaba: aquellos hombres iban á someterle á una explotación implacable. Transcurrió un día más, igual al anterior. En la mañana del siguiente, sus sentidos, afinados por la inquietud, le hicieron adivinar algo extraordinario.

El cafetero miró con singular expresión de cariño el envoltorio, mientras el viejo lo desenvolvió con mucha cachaza, y sacando unas onzas que dentro había, comenzó á contar. Al ruido de las monedas, Robespierre abrió los ojos; y viendo que no era cosa que le interesaba, los volvió á cerrar, quedándose otra vez dormido. El viejo contó diez medias onzas, y se las dió al del café.

Paz, de rodillas, recogía monedas; Salomé, de rodillas, recogía también; pero la gruesa, con su pesada mano, no igualaba en presteza á la nerviosa, que iba más ligera y cogía dos piezas en lo que su tía atrapaba una. Salomé parecía una loca.

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