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Actualizado: 21 de junio de 2025


Parece un santo decía a sus amigas . Hay que ver la seriedad con que repite las oraciones.... Gabrielillo llegará a ser algo. ¡Quién sabe si le veremos obispo! Monaguillos he conocido yo, cuando mi padre estaba encargado de la sacristía, que ya usan mitra, y puede que algún día los tengamos en Toledo.

Y lo que es en acto, como la igualdad sería absurda, desigualdad es lo que hay, ya que unos son réprobos y santos otros; unos justos y otros pecadores, y unos monaguillos y sacristanes y otros Abades mitrados, Arzobispos y hasta Papas. Sobre la igualdad democrática, que también condena el Sr. Gener, declamando contra ella suponiéndola rémora del progreso, harto llano es hacer defensa parecida.

Bonis sintió que el rostro de los más indiferentes, hasta el de los pilluelos que esperaban la calderilla, tomaba expresión de interés, de cierto enternecimiento. Las luces parecían cantar también al oscilar con ritmo; brillaban más rojas; los dorados del cura y del baptisterio se hicieron más intensos, más señoriles; los monaguillos, tiesos, solemnes, daban indudable respetabilidad al acto.

¡Malditos! exclamó Aviraneta, en ocasión que subían tres cuatro mozalbetes metiendo más ruido que los monaguillos en día de repicar recio . Esos son los que todo lo echan a perder con sus inocentadas.

La sacristía estaba casi a oscuras; dos monaguillos vestidos con sus cotas rojas han tomado sendos faroles opacos, sucios, goteados de cera; el clérigo se ha puesto una estola y los tres, con el sacristán, han salido a la iglesia. Azorín se ha quedado en la sacristía. Estaba sentado en un amplio sillón, junto a la larga cajonería de nogal. ¿En qué pensaba Azorín?

Festejando el raro consorcio de ambas bellezas, Cristela quiso llamarle el príncipe «Unico»... Pero con mucha cordura pensó luego que el nombre de «Unico» se prestaría un poco a las chungas de los liberales y demócratas... Deseosa de librar al niño hasta de la sombra de este pequeño ridículo, le llamó entonces el príncipe «Fénix». Y con tal nombre lo bautizó el gran cardenal arzobispo de palacio, oficiando ayudado por veintitrés monaguillos.

Sonaban como cañonazos los golpes de las puertas, repitiéndolos el eco de nave en nave. Una escoba comenzó a barrer por la parte de la sacristía, produciendo el ruido de una enorme sierra. La iglesia vibraba con los golpes de algunos monaguillos que sacudían el polvo a la famosa sillería del coro. Parecía desperezarse la catedral con los nervios excitados: el menor frote le arrancaba quejidos.

La grey femenil hizo coro a los vituperios de Currita, y todos convinieron en que la marquesa de Sabadell era una intriganta, una beata hipocritona, una mala esposa que, habiendo campado por su respeto diez años entre curas y monaguillos, quería ahora oscurecer al pobre Jacobo bajo la tutela del padre Cifuentes, y que era caso de conciencia y obligación imprescindible de todo fiel cristiano arrancar a la pícara el antifaz y advertir al cándido muchacho el lazo que le tendían.

La procesión salió en buen orden de la iglesia a las ocho en punto de la mañana. Rompían la marcha el sacristán y los monaguillos, que llevaban el estandarte, la manga de la parroquia y dos cruces de plata, a uno y otro lado de la manga. Después muchísima cera, esto es, multitud de hombres con velas encendidas caminaban en dos hueras.

Nada, y sin embargo, ahora recordando aquella tarde, por culpa del organista, Ana veía a don Álvaro a su lado, muerto de amor, mudo de respeto, y a misma se veía, contenta en lo más hondo del alma... ¡ay , ay !... en unas honduras del alma, o del cuerpo, o del infierno... a que no llegaban las suaves pláticas del misticismo y fraternidad de que seguía gozando en compañía de aquel señor canónigo que acababa de pasar por allí, con las manos cruzadas sobre el vientre, rodeado de monaguillos».

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