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Actualizado: 27 de junio de 2025


Ya ve usted, tío... esto pudiera producir un lance muy desagradable. ¿Cuánto es? Cien pesos. ¿Nada más? No se me hace mucho. Era claro que la vida de mi sobrino y su honor se hallaban en inminente riesgo. ¿Qué podía hacer un tío tan cariñoso, tan amante de su sobrino, tan rico y sin hijos? Conté, pues, sus cien pesos, es decir, los míos. Sobrino, vamos a la casa donde está empeñada la repetición.

Al presente, está muy en moda, en literatura, el reunir documentos humanos. Valga, pues, este libro, si no vale para nada más, como reunión de tales documentos. Yo expreso lo que en él se expresa; pero conmigo lo piensan y lo sienten muchos miles de semejantes y de compatriotas míos.

Pero, más que estos gloriosos indumentos, rameados de oro, de azul, de rosa; más que sus pipas y su melena, sobre sus discursos y sus libros, yo prefiero las paellas a la valenciana de Barriobero. Porque este terrible revolucionario es un supremo artista en sus paellas, señores míos.

Y así es verdad que la terneza mía Y la crianza piden más blandura; Pero no el zaratán que en se cría. Así quiero llamar á esta locura Que no teme los ásperos baxíos, Ni del abismo la arenosa hondura. Y es que después acá que sois ya míos, Me he vestido un arnés de fuerte acero, Que ha doblado mis fuerzas y mis bríos.

Uno de los generales, que fué mi amo durante seis meses, al ver la polvareda levantada por unos cuantos centenares de enemigos, se volvía siempre hacia nosotros, los de su Estado Mayor, para decirnos con aire inspirado: Napoleón, en este caso, hubiera hecho seguramente lo que yo.... Y hacía lo que hubiese hecho Napoleón. ¡Ay, amigos míos!

Confortado un tanto el ánimo con esto; asegurado del Embajador, que quiso repasar y añadir de su mano alguna frase en la minuta, firmó á 9 de agosto de 1608 nueva carta al Duque: «Apiádese V. E., yo le suplico muy humildemente, de y de los míos, que si idolatré no lo hice sino necesitado y importunado grandemente deste Rey, engañado él de mi poco valor y de su mucha piedad.

El 21, a las once de la mañana, mandó subir toda la tropa y marinería; hizo que se pusieran de rodillas, y dijo al capellán con solemne acento: «Cumpla usted, padre, con su ministerio, y absuelva a esos valientes que ignoran lo que les espera en el combate». Concluida la ceremonia religiosa, les mandó poner en pie, y hablando en tono persuasivo y firme, exclamó: «¡Hijos míos: en nombre de Dios, prometo la bienaventuranza al que muera cumpliendo con sus deberes!

Bostezaba en la oficina, cobraba su sueldo, esperaba con ansia la hora y la calle. Amados hermanos míos, tiempo es ya de que digamos con el ángel. ¡Ave, María!

No dudéis que el Corazón de Jesús da más gustos y consuelos a las almas que van a visitarle con devoción y recogimiento que el mundo con todos sus pasatiempos y placeres insulsos. ¡Qué delicia es estar hablando un instante con el amabilísimo Jesús, pronto siempre a escuchar nuestros ruegos! ¡Descubrirle uno su pecho como se hace con un amigo íntimo! ¡Pedirle su gracia, su amor y su gloria! ¡Oh amados míos, gustate et videte, gustate et videte

13 porque mío es todo primogénito; desde el día que [yo] maté todos los primogénitos en la tierra de Egipto, [yo] santifiqué para [a] todos los primogénitos en Israel, así de hombres como de animales; míos serán. Yo [soy] el SE

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