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Milord, cuando usted quiera marcharse, le espero en la lancha... Usted no se perderá ya en el camino y yo tengo necesidad de ver al comandante, que vive al otro lado del presidio... Tardaré una hora. Tómese usted el tiempo necesario... Yo no saldré hasta la hora reglamentaria... Á las seis... Ya estará oscuro. Que se vaya con usted el marinero.

Hola, Milord dijo el médico. ¿Qué, hoy no hay oficios divinos en la capilla de Baracaldo? No, don Luis dijo el contratista con cierta unción en sus palabras. Demasiado sabe usted que en nuestra religión este día no es de fiesta. ¿Y Milady, siempre tan hermosa y elegante? Vaya, no se burle usted; ya sabe que no somos más que unos pobres patanes con un poquito de protección.

Después de vivir en fonda un poco de tiempo, decidióse a poner casa. Tomó un criado, se hizo traer el almuerzo de un restaurante y comía cuándo en Lhardy, cuándo, en casa de alguno de sus muchos amigos. Su cuadra la tenía muy cerca, en la calle de las Urosas, y no estaba mal provista: dos jacas de silla, inglesa y cruzada, un tiro extranjero y otro español, berlina, charrette, milord, break.

Jacobo inclinó la cabeza para ocultar la animación de su fisonomía, y saludando á Cristián balbuceó: Hasta la vista, señor; no olvide usted que me ha prometido libros. Convenido. Hasta mañana. El penado se alejó y Cristián lo siguió impasible con los ojos. Está algo loco, dijo al vigilante, pero creo, como usted, que es inofensivo... Un niño, milord. ¿Dónde habita?

Y al punto forcejeamos con él el calesero y yo, pues aunque sabíamos que era gran nadador, en aquel sitio y hora no habría vivido diez minutos dentro del agua. Al fin le convencimos de su locura, haciéndole volver a la calesa. Contenta se pondría, milord, la señora de sus pensamientos si le viera a usted con inclinaciones a matarse desde que suena un trueno.

Está con otras tres de Bukingam y cuatro de milord conde de Seymur y otras varias, que prueban cumplidamente que , más que secretario del rey de España, eres secretario del de Inglaterra; estas cartas están tan bien guardadas que no las encontrarás á tres tirones.

Oye, tengo preparadas las pruebas; están aquí. Primera: carta de milord, duque de Bukingam, al excelentísimo señor duque de Lerma. ¡Ah! esa carta... ¡La España vendida á los ingleses, duque! Pero esa no es una carta. Es una copia de la carta. Pero la carta...

Sus colegas de acá, otros ángeles caídos que suelen llamarse «la Tomasa, la Adela, la Paz, la Asunción, etc.», al cruzar por su lado le miran con soberano desdén: ninguno ha caído como él en medroso despeñadero; todos han venido a dar sobre algún milord con un caballo.

La cantante, alarmada, se aproximó á la portezuela, se inclinó hacia el interior y dijo, volviéndose hacia el cochero: Plaza del... Giró sobre sus talones, entró como un relámpago en el vestíbulo y desapareció. El coche dió la vuelta y partió rápidamente sin que me fuese posible ver al que le ocupaba. El portero se aproximó y me dijo. Hermosa mujer, milord.

Ahora me explico el furor de Villavicencio contra ti. ¿Pues no dice que eres el autor de todo y que es preciso sentarte la mano? ¿A ? Y disculpaba a lord Gray... Se me figura que quieren hacer justicia en tu persona sin molestar para nada al señor milord.