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Veo con dolor repuso lord Gray jovialmente que en el rostro de usted, Sr. de Congosto, están escritas con parches y ungüentos las gloriosas páginas de la expedición al Condado. Milord exclamó el héroe con ira , no es propio de un caballero zaherir desgracias motivadas por la casualidad. Antes que hacer tal cosa examinaría yo mi conciencia por ver si está libre de faltas.

Hoy, caballero añadió es preciso que venga usted a comer conmigo. No admito excusas. Señora condesa, usted me presentó a este caballero. Si me desaíra, cuente usted como que ha recibido la ofensa. Creo dijo la condesa que ambos se congratularán bien pronto de haber entablado amistad. Milord, estoy a la orden de usted dije levantándome cuando él se disponía a partir.

Milord, esa señora baja del coche en el zaguán, atraviesa el vestíbulo, sube por esa escalera y se mete en su habitación, que está en el primer piso... No tardará en llegar... Salí á la acera y me levanté el cuello del gabán. Hacía frío aquella noche, aunque estábamos en abril, y, fumando y paseando, me decidí á esperar.

Asistía ocho días seguidos a cualquiera de estas sociedades: de repente se cansaba y tardaba en venir un mes. Miguel Rivera solía compararlo a Milord, un famoso perro que asistía con su amo al café del Siglo. Mientras le daban terrones de azúcar se mostraba muy solícito y cariñoso. En cuanto observaba que los platillos quedaban vacíos, se alejaba de la mesa afectando no conocerles siquiera.

Celebro que al fin concuerden sus ideas con las mías, milord dije creyendo haber encontrado la mejor coyuntura para chocar con aquel hombre que me era, sin poderlo remediar, tan aborrecible . Es cierto que los ingleses son comerciantes, egoístas, interesados, prosaicos; pero ¿es natural que esto lo diga exagerándolo hasta lo sumo un hombre que ha nacido de mujer inglesa y en tierra inglesa?

¿La va usted a robar, milord? pregunté en un instante de rápida lucidez. ; la robaré y me la llevaré a Malta, donde tengo un palacio. He pedido un barco a Inglaterra. Sentí súbito estremecimiento, como si mi conturbada naturaleza hiciera un esfuerzo colosal para recobrar su perdido aliento. Lord Gray dije somos amigos. Soy discreto.

Los domingos, Milord y Milady bajaban á Baracaldo, vestidos con trajes que encargaban á Londres, para confundirse con las familias de los ingenieros y los mecánicos ingleses empleados en las minas ó en las fundiciones de la ría, que llenaban la única capilla evangélica del país.

Milord le dije volvámonos al coche, pues no hay para qué convertirse ahora en ola ni nube, como usted desea, y sigamos hacia Cádiz, que para agua bastante tenemos con la que llueve, y para viento, harto nos azota por el camino. Pero él no me hacía caso, y empezó a gritar en su lengua.

Creíamos que milord se había marchado a Inglaterra. Y me alegré, señor me alegré dijo el más joven porque no quiero compromisos, y milord me está comprometiendo. Acabáronse las condescendencias peligrosas. Bueno dijo Gray con desdén. El más anciano preguntó: ¿Entró al fin milord en el seno de la iglesia católica? ¿Para qué?

En la sala se presentó de improviso lord Gray. Advertí en su fisonomía las huellas de la agitación de la pasada noche, y lo turbado de su hablar indicaba que aquel singular espíritu no había recobrado su asiento. En mal hora viene milord le dijo secamente D. Pedro . Ahora acaba de salir de aquí doña María, cuyo enojo por las picardías de usted es tan fuerte como justo.