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Actualizado: 27 de junio de 2025
De Calcuta, de Constantinopla, de Terrrones, Jacobito, de Terrrones, pueblecillo de tres casas, en la provincia de Salamanca; y siempre con el mismo lema: ¡Mentecato!... Un día, el 20 de enero, san Sebastián márrtir, ¡me acuerdo muy bien!, estaba más tranquilo; llegó el correo y no trajo carrta ninguna... Porr la tarrde abro ahí y abrió la mesilla de noche y allí... dentro me encuentro una carrta; la abro... ¡Mentecato!... Dime tú si eso no es para volverrse loco; si no encierra un misterio terrible, que tu carrtita del sello me va ahorra explicando...
-Escapado se nos ha nuestro huésped -dijo a esta sazón entre sí don Lorenzo-, pero, con todo eso, él es loco bizarro, y yo sería mentecato flojo si así no lo creyese. Aquí dieron fin a su plática, porque los llamaron a comer. Preguntó don Diego a su hijo qué había sacado en limpio del ingenio del huésped.
Hideputa bellaco, pintor del mesmo demonio, ¿y a estas horas te vienes a pedirme seiscientos ducados?; y ¿dónde los tengo yo, hediondo?; y ¿por qué te los había de dar, aunque los tuviera, socarrón y mentecato?; y ¿qué se me da a mí de Miguel Turra, ni de todo el linaje de los Perlerines? ¡Va de mí, digo; si no, por vida del duque mi señor, que haga lo que tengo dicho!
Era la otra carta, larga también, para el tío Frasquito, escrita con grandes visos de misterio, asegurándole haber conjurado el peligro a fuerza de astucia y de dinero, y prometiéndole la completa extirpación del misterioso «¡Mentecato!» en cuanto llegara él a Madrid y pudiera comunicar a las logias las órdenes que de Italia llevaba.
En su casa, todo menos eso. Aún temblaba de cólera recordando cómo despidió, dos semanas antes, a un tonelero, un mentecato adulterado por la lectura, al que había sorprendido haciendo alarde de incredulidad ante sus compañeros.
Quién sabe si me tomaría por un mentecato, viéndome en aquella ridícula situación. Por fortuna o por desgracia, vino un suceso inesperado a sacarme muy pronto de ella. Un día, al entrar en el despacho de D. Oscar, me encontré repantigado en una butaca al malagueño que había conocido en Marmolejo, a Daniel Suárez, mi presunto rival en el amor de Gloria. Quedé sin gota de sangre en el rostro.
¡Maldito seas de Dios, mentecato! -dijo don Quijote-. ¿Adónde has tú hallado que los alcázares y palacios reales estén edificados en callejuelas sin salida?
Un gran flujo de risa brotó por encima de todos los terrores de Jacobo, y soltó el trapo a reír con todas sus fuerzas. Mas el tío Frasquito, muy desolado, prosiguió diciendo: ¿Te rríes?... ¡Aguarrda, aguarrda!... Yo decía cavilando toda la noche: ¿Mentecato en San Peterrsburrgo?
¡«Mucha gente tronada»!... Toda la que bulle y anda en el ajo de nuestras aventuras; y si hay alguna excepción entre ella, es por un milagro de Dios. Aquí todo el mundo gasta mucho más de lo que puede. Y ¡ay del que se quede rezagado por cansancio, o por deseo de no ser tan mentecato en esta puja de locas disipaciones! Le arrollan..., o le silban, que es peor. Y es natural, ¡qué diablo!
Gracias, chico. Tus espejos son muy particulares. ¡Y cuánto librote! A ver. ¡Jesús, que títulos! Todo Medicina. ¡Qué lástima de dinero empleado en esto! Tanto libro para no saber nada. Porque tú no sabes nada, Miquis; eres un ignorante, un tonto. Quizás estás diciendo la más profunda verdad que ha salido de esos labios, de esas envenenadas rosas. Sí, soy un mentecato.
Palabra del Dia
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