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Actualizado: 17 de octubre de 2025
María, que muy bien entendió la inteligencia del cantar, y que ni una mínima palabra de él dejó ir de su memoria, viendo las señas casi discretas del perro, recordando que por aquel mismo tiempo en que estaba debería tener nuevas de su ausente, percibiendo en aquel punto un papel entre sus manos, y, más que todo, sintiendo levantarse en su alma mil esperanzas de contento y gusto, no pudo resistirse de tomar aquel mensaje, y, lo que es más, de tomarle encubiertamente y sin dar sospecha a nadie.
De repente, al oir uno de los nombres anunciados por el funcionario encargado de presentar á los que solicitaban audiencia, levantóse apresuradamente el príncipe y exclamó: ¡Por fin! Acercaos, Don Martín de la Carra. ¿Qué nuevas y sobre todo qué mensaje me traéis de parte de mi muy amado primo el de Navarra? Era el recién llegado caballero de arrogante figura y majestuoso porte.
Me veo obligado a confesar que, después de una traducción muy libre, me encontré en grave aprieto para llevar a inmediata ejecución el mensaje que se me dirigía. Por sabios y juiciosos que fuesen los citados adagios, me quedé, como vulgarmente se dice, en ayunas, respecto a lo que quería indicarme Hop-Sing, el más sombrío de todos los humoristas, como buen filósofo chino.
En seguida le pasé la traducción, buena o mala, pero copiada de mi propia versión con un signo de interrogación que quería expresar: «No respondo de nada; examínela usted.» Me dirigió una sonrisa de agradecimiento, y sin más continuó escribiendo. Algunos instantes después me dirigió un segundo mensaje que decía: «¿Es usted nuevo?» La pregunta me demostraba que también lo era él.
Por tal me tengo, modestia aparte. Soy honrado con los hombres y honro y respeto a las mujeres, señor mío. Me dirigió una mirada iracunda. ¿Vive su madre de usted? proseguí. No, ha muerto. Tanto mejor para ella dije, gozándome al oír la maldición que me lanzó entre dientes. Y ahora, oigamos ese mensaje.
»Creí que en el mensaje no había, visto otra cosa que un suceso ordinario y no quise revelarle la verdad. Me despedí, diciendo que volvería en seguida, y salí dejándola a solas con su padre. »No me engañaban mis presentimientos.
Porque Federico lleva consigo a Dresde todos los años una cajita; en ella una rosa y, rodeando el tallo, una esquela diminuta que sólo contiene estas palabras: «Rodolfo Flavia siempre.» Yo le envío con Federico idéntico mensaje. Estos y los anillos que ella y yo llevamos, constituyen todo lo que hoy me une a la reina de Ruritania.
Sarto siguió apuntándole, con expresión tan dolorida en el rostro que me costó trabajo no soltar la carcajada. Permanecimos allí diez minutos más. Ya lo ha oído usted dijo Sarto. Le han mandado a decir que «todo va bien.» ¿Y qué quieren decir con eso? pregunté. ¡Dios sabe! contestó Sarto frunciendo el ceño. Pero es innegable que el mensaje le ha hecho venir de Estrelsau en la mayor incertidumbre.
¿Era posible que Beatriz no hubiera querido recibir su mensaje? El orgullo hízole buscar la explicación en su propia conducta. Pero ¿qué inconstancia, qué desvío podía reprochársele? ¿No le paseaba la calle todos los días, no iba luego a esperar fuera de la ciudad, frente al torreón de su huerto? ¿No le enviaba joyas, no la componía sonetos y endechas, como el más rendido de los amantes?
Dos cosas demandó el conquistador castellano á Almu'tamed: que le diese á Medina-Azzahra para residencia de D.ª Constanza que iba en su compañía, y que le dejase libre una parte de la mezquita mayor para trasladarse á ella la reina diariamente y dar allí á luz el fruto que llevaba en sus entrañas . Indignado el sarraceno dió la muerte por su propia mano al judío portador de tan insolente mensaje, y no contribuyó poco este atentado á que D. Alfonso, ardiendo en sed de venganza, estrechase á Almu'tamed con tan poderosos medios, que le hiciese preferir el entregarse con el ruinoso Estado andaluz en brazos de los almoravides.
Palabra del Dia
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