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En el norte de Francia, y en Paris sobre todo, el mendigo es una especie de artista harapiento: pide su limosna con organito, clarinete, flauta ó acordion, y el que pasa le da si quiere, sin necesidad de plegaria.

Digo otra vez, y lo diré mil veces, que profeso por máxima de vida social el respeto al hombre, sea quien fuere, aunque sea un mendigo, aunque sea un reo, aunque sea un ajusticiado, y que respetando al individuo, con mayor razon respetaré á los pueblos, en quienes hallo individuos más respetables, á fuera de mayores. No me propongo lastimar á Paris; sino manifestar lo que entiendo justo.

Soñaba la india en las lindas cosas que vería: tanta bandera; tanta gente endomingada; los niños, con traje de terciopelo, muy orondos, agarrotados los dedos por los guantes; las niñas, de blanco, unas con banda azul y otras no; las personas que se agolpaban a las ventanas del Cabildo, donde el transeunte es asaltado por una, dos o tres señoritas, que le meten por las narices, como si dieran a oler una pastilla, la cedulita de la rifa, y le marean y le cercan, y le siguen y le persiguen, repitiendo: ¡Caballero! ¿una cedulita? ¿una cedulita, caballero? como muletilla de mendigo.

De vuelta á casa, ya anochecido, encontró, al doblar la esquina de la calle de Hita, un anciano mendigo y haraposo, con pantalones de soldado, la cabeza al aire, un andrajo de chaqueta por los hombros, y mostrando el pecho desnudo. Cara más venerable no se podía encontrar sino en las estampas del Año cristiano.

Al fin nuestros ojos se encontraron y le pregunté recelosamente designando al mendigo: ¿Será ese? ¡Imposible! replicó Serrano. No obstante, en la frente de aquel hombre había algo que no suele verse en las de los braceros; era una frente degradada, pero era una frente donde se había pensado.

Pero ¡ay!, lo que más que traje y sombrero me asombró, dejándome lelo delante de tan esclarecido concurso, fue la cara del mendigo, señores, su cara; porque sepan ustedes que era la del mismísimo lord Gray. Creí soñar, le miré mejor, y hasta que no me llamó saludándome, no me atreví a hablarle, temiendo padecer una equivocación.

Guardiana mendigó, esperó a los devotos que iban al santuario, rondó a los que llevaban merienda, pidiéndoles las sobras, y tanto hizo, que nunca les faltó a sus chiquillos de comer, aunque ella ayunase a pan y agua.

Hasta su rostro llega el aliento podre de aquella voz gangosa, y apenas puede dominar el impulso de apartarse. A la lívida claridad del amanecer, la figura gigantesca del mendigo leproso, se destaca en la oquedad de las canteras. El caballero siente una emoción cristiana. ¿Eres el pobre de San Lázaro? , señor. ¿Y tus hijos? Los cinco están recogidos en el Hospital. ¿Tienen tu mismo mal?

El pobre francés no ha dicho: socórrame usted por el amor de Dios; pero lo ha expresado á su modo, de un modo perfectamente análogo. No pide pidiendo; pero pide cantando; realmente pide; realmente es mendigo; realmente pasa su vida implorando la caridad de zoca en molondra.

¡Qué suicidio ni qué ocho cuartos! exclamó Román, descendiendo listamente de su árbol apenas se alejó el mendigo . Pues Dios me ha venido a ver, aprovechemos la ocasión y empuñémosla por el único pelo de la calva. ¡Arbol feliz el que tal abono tiene!