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El mendigo se viste como el lord, con la casaca del conde ó baronet, del banquero ó del ministro, con la diferencia de que los vestidos de estos son brillantes, limpios y magníficos, miéntras que sobre los miembros del obrero enhambrecido ó del indigente que pide limosna están asquerosos y hechos hilachas. El espíritu aristocrático y la vanidad los explican.

Bueno está el mundo... Pues volviendo al caballero Ponte, que así le llamaban en Andalucía, si es tan pobre como dices, dará lástima verle... Y más vale así, porque la reputación de la niña podría sufrir algo, si en vez de ser el tal una ruina, un pobre mendigo de levita, fuera un galán de posibles, aunque viejo.

Se puede decir, sin hipérbole, que es un brujo de las rimas, de las inefables palabras musicales, donde vierte su alma mística y pagana, ferviente, pecadora, universal. ¡Pobre Verlaine, mendigo, borracho y solitario! ¿De qué sideral armonía estaba henchido tu triste corazón, que era al par una gusanera de pecados mortales?

EL CONDE. , hace largo rato que ha anochecido, y no está todavía aquí. ¡Oh, si yo no fuese el conde mendigo, de quien se burlan en la corte; si mis muros almenados no estuviesen punto menos que en ruinas; si mi castillo fuese una fortaleza sólida y amenazadora, como en tiempos de mis abuelos, entonces el duque no se retrasaría! ¡Sería cortés y respetuoso como el último de mis vasallos, hubiera llegado muy de mañana y, arrodillado ante , me hubiera lamido, como un perro sumiso, la mano!

Cuando veas fulgurar mi espada en el solemne y loco desafío. Que así cubra mi frente la victoria como sobre la arena me desangre, ¡Si triunfo, para toda mi gloria! ¡Si caigo, para toda mi sangre! Yo he abierto mi puerta al mendigo y le he dado el dinero que tengo. El pobre es mi padre y mi amigo, y es pobre el hogar de que vengo.

Atravesaba Madrid con el rubor del pedigüeño, con la vileza del mendigo de levita, inventando embustes para comer, mientras los hambrientos de blusa encontraban siempre un medio para satisfacer su hambre.

Insistí en que lo averiguásemos, y acercándonos a él, Serrano le sacudió levemente: Oiga V..... ¿es V. D. Pelayo del Castillo? El mendigo se incorporó lentamente y restregándose los ojos y abriéndolos con dificultad a causa de la gran irritación de los párpados, contestó mal humorado: No señor, yo no soy ese Pelayo del Castillo. Serrano se quedó un instante suspenso.

Tenía una capilla en su casa, en la cual celebraba diariamente la misa; asistía también á todos los actos públicos, en que debía intervenir como sacerdote, y no faltaba á ningún funeral ni á ninguna procesión. Caritativo y generoso, era su domicilio el refugio de los necesitados, y jamás llegó un mendigo á él sin obtener una limosna.

Antes mendigo de puerta en puerta. Assy lo diga V. Ex.^a al Rey; yo se lo supp.^co. Ex.^mo Sr. muy Humilde seruy.^or de V. Ex.^a Ant. Perez. A 29 de noui.^e 1597. En su mano. Bibl. Nac. de París, Fr., 3.652, fol. 101. Colección Morel Fatio, núm. Ex.^mo señor. El S.^r Gil de Mesa dirá a V. Ex.^a las diligencias q. se han hecho para saber de aquella hacienda, y lo q. hasta agora se ha podido saber.

Tal era su previsión, que rara vez dejaba de llevar la cantidad necesaria para los pobres de uno y otro costado: como aconteciera el caso inaudito de faltarle una pieza, ya sabía el mendigo que la tenía segura al día siguiente; y si sobraba, se corría el buen señor al oratorio de la calle del Olivar en busca de una mano desdichada en que ponerla.