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Actualizado: 12 de junio de 2025
No habían comenzado a oirse los primeros tiros, y Briones y su gente esperaron tendidos entre los matorrales. Martín sentía como un remordimiento al pensar que aquellos alegres muchachos iban a ser fusilados dentro de unos momentos. La señal no se hizo esperar y no fué un tiro, sino una serie de descargas cerradas. ¡Fuego! gritó Briones.
Detrás de ellos quedaban miles y miles de camaradas gimiendo en los lechos de los hospitales y que tal vez no se levantarían nunca. Millares y millares estaban ocultos para siempre en las entrañas de una tierra mojada por su baba agónica, tierra fatal que al recibir una lluvia de proyectiles devolvía como cosecha matorrales de cruces.
Los últimos fuegos del moribundo sol fulguraban en la tranquila ciudad, en los azulejos de las cúpulas, y de los campanarios, y espejeaban en las vidrieras, y prestaban brillos argentados al Pedregoso. Las aves volvían raudas a sus nidos, millares de pajarillos cantaban en los matorrales de la colina, y el viento susurraba en las gramíneas.
La Madrid, acribillado de once heridas, se había arrastrado hasta unos matorrales, donde su asistente lo encontró delirando con la batalla, y respondiendo al ruido de pasos que se acercaban: «¡No me rindo!» Nunca se había rendido el coronel La Madrid hasta entonces. He aquí la famosa acción del Tala, primer ensayo de Quiroga fuera de los términos de la provincia.
Apenas llegaron á orillas del río, cuando un Chiquito con algunos otros, se adelantó, y descubriendo una canoa que venía hacia ellos, se escondieron detrás de algunos matorrales, creyendo ser los infieles que buscaban; mas observando que era un negro con dos indios, que andaban pescando, gritaron los compañeros del Chiquito: ¡Mamalucos! ¡Mamalucos! y se pusieron en fuga precipitada.
El valle en que serpenteaba el río que iba ensanchándose, por ambos lados estaba cerrado por una cadena de colinas, las unas cubiertas de matorrales y secas aliagas, las otras de verdeantes sotos. De tiempo en tiempo, una quebrada transversal abría entre dos cuestas una perspectiva sinuosa, en cuyo fondo se dibujaba la cima azul de una lejana montaña.
Al eco de los pasos de éste respondía en los matorrales un rumor de medrosas carreras y chasquido de hojas, viéndose pasar entre mata y mata, con ciega velocidad, un bulto de pelos grises con la cola en forma de botón. La fuga de los conejos hacía correr a los lagartos de color de esmeralda tendidos perezosamente al sol.
Todos los días, por la tarde, digo una oración de muy pocas palabras: un cántico interior que ninguna persona llegaría a entender; pero vos, Dios mío, vos lo comprendéis muy bien, como entendéis el zumbar de los insectos entre las florecillas de los matorrales y el ruido de la hoja seca, juguete del viento.
La vista alcanza desde allá un extenso panorama de líneas suaves, de intenso verdor, sin rocas adustas, sin matorrales sombríos, sin nada duro y salvaje. Los pueblecillos blancos duermen sobre las heredades, las carretas rechinan en los caminos, los labradores trabajan con sus bueyes en los campos, y la tierra, fértil y húmeda, reposa bajo la gran sonrisa del cielo y la inmensa piedad del sol...
Aquí cerca mataron un hombre, ¿verdad? Donde está la cruz de madera. ¿Por qué fue, señorito? ¿Alguna venganza? Una pendencia entre borrachos, al volver de la feria respondió secamente don Pedro, que se hacía todo ojos para inspeccionar los matorrales. La cruz negreaba ya sobre ellos, y Julián se puso a rezar el Padre nuestro acostumbrado, muy bajito.
Palabra del Dia
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