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Actualizado: 6 de junio de 2025


Era Martínez, el teniente de la Legión extranjera, que le saludaba con cierta timidez, pero satisfecho al mismo tiempo de que sus compañeros le viesen en buenas relaciones con un personaje famoso del que tanto se hablaba en la Costa Azul. Miguel devolvió el saludo maquinalmente y siguió adelante. Este momento quedó fijo en su memoria para toda la vida.

Y entonces él me dice: Yo he oído a Martínez de la Rosa: ¿usted ha oído hablar de Martínez de la Rosa? ¿Quién no ha oído hablar de Martínez de la Rosa? , que le he oído nombrar mucho. Y el viejo me mira satisfecho y prosigue: Era un orador... Al llegar aquí tose pertinazmente y se aliña después la barba. Era un orador...

Maldijo aquel sentimentalismo eslavo, confuso é incoherente, igual al de su madre, que no le permitía insistir en la maldad, haciéndole caer, cuando menos lo esperaba, en exageradas sumisiones. ¡Ay, sus lágrimas de arrepentimiento! ¡Aquel beso en la mano del adversario!... Si evitaba el volver al Casino, era por no encontrarse con Martínez y aquellos dos capitanes que habían presenciado el incomprensible final del duelo... Ya no sabía imponer su voluntad; la antigua dureza de su carácter se había disuelto en la catástrofe de sus deseos.

Allá por los años de 1734 paseábase muy risueña por estas calles de Lima, Mariquita Martínez, muchacha como una perla, mejorando lo presente, lectora mía. Paréceme estar viendo, no porque yo la hubiese conocido, ¡qué diablos!

Una tarde de luz fría y débil, melancólica y opaca, en que al gotear continuo y múltiple de la lluvia se unía de tiempo en tiempo el silbido seco y sonoro del viento del Norte. Nada, pues, tenía de extraño el estado en que se encontraban la gorra, la capa y los zapatos de Francisco Martínez Montiño.

Si yo no hubiera tenido ocupado á Francisco Martínez Montiño en el banquete de Estado que os hace tres días, el cocinero mayor hubiera estado en palacio, le hubiera encontrado su sobrino, y habiéndole encontrado no se hubiera perdido en palacio, no hubiera visto á doña Clara... ¿El sobrino del cocinero del rey ha tenido también aventuras con esa castísima señora? Como que es su marido.

Este gran artista, si nos atenemos á las palabras de Martínez de la Rosa, elevó á tal altura la declamación trágica, que pocas veces se vió igual en Europa, y nunca hasta entonces en España, porque conciliaba, en lo posible, la sencillez con la dignidad, expresando maravillosamente las pasiones con su voz, con su gesto y hasta con su silencio, con tanta verdad y con tanta belleza, que á un tiempo arrebataba y conmovía los corazones.

Paróse el rey ante Jacobo y le miró sonriendo con cierta chusca malicia. ¿Qué tal, Sabadell?... ¿Y su amigo de usted, Martínez?... Me han dicho que le gustan mucho las violetas... Dígale usted que en la Casa de Campo las hay muy tempranas... Por allí iré yo el jueves, a las cuatro... Y sin añadir una palabra más volvióle la espalda.

Al terminar la guerra, cuando Martínez pasó á ser defensor del gobierno recién constituído, Guadalupe no quiso prolongar sus hazañas militares. Era ridículo que la esposa de un comandante de operaciones saliese al campo á perseguir á los rebeldes, muchos de los cuales había conocido ella meses antes como amigos, teniéndolos por excelentes personas.

Pues entonces repuso el joven sois mi tío carnal, hermano de mi padre Jerónimo Martínez Montiño. ¿Eh? ¿qué decís? repuso el señor Francisco volviéndose ya á mirar á quien le hablaba. Y apenas le vió su fisonomía tomó una expresión profundamente reservada.

Palabra del Dia

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