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Actualizado: 9 de octubre de 2025


Amigo mío, dijo gravemente Marenval, en aquel instante no había que andar con paños calientes. Vi que todo se iba á perder si no echaba á pique la tal embarcación y ¡qué diablo! no dudé. Hizo usted perfectamente, Marenval. Sin usted todo estaba perdido. Lo , y no estoy descontento de mi manera de obrar. Pero sepa usted que no era de los carceleros de lo que yo tenía más miedo por todos.

Á estas palabras, que Marenval decía por primera vez delante de aquella madre desolada, la señora de Freneuse se irguió, se puso encarnada y dijo con repentina vivacidad: Marenval ¿qué significa esto? Jamás ha estado usted tan afirmativo... Hay más; yo acusaba á usted de no participar de nuestra ardiente convicción.

Al terminar el siglo XIX, cuando nadie cree ya en nada, no puede menos de hacer brillante efecto un justiciero, un enderezador de entuertos. Marenval escuchó el relato de Tragomer con una atención apasionada, palpitando por sus episodios y estremeciéndose por sus peripecias.

Algunas la habían oído en América, otras la habían aplaudido recientemente en Covent-Garden, y todas la conocían, pero ninguna la había visto de cerca y su reputación de artista así como su belleza de mujer hacían que su presentación fuese un verdadero acontecimiento. Marenval y Tragomer fueron acogidos favorablemente.

Se abrió una puerta y el criado se presentó de nuevo. Si el señor quiere tomarse la molestia de seguirme, la señora le ruega que tenga la bondad de subir á su habitación. Marenval subió por una escalera de piedra con barandilla de hierro forjado y al llegar al primer piso, donde comenzaba una oscura galería, encontró una joven de alta estatura y vestida de negro, que se adelantaba á recibirle.

Pues bien, no, señores, á despecho de todo, mi enseñanza hizo su efecto. Á pesar de Novelli y de la escuela italiana, esa mujer canta de vientre... ¿Fué con el pecho ó con el vientre con lo que habló Campistrón? Marenval y Tragomer no pudieron saberlo; ello fué que se estremecieron y que los vidrios temblaron al formidable rugido que salió de la boca del tenor. Pero Campistrón se calmó pronto.

Oiga usted, señor; no soy más que un pobre hombre y el señor de Sorege es un conde, tiene fortuna, relaciones, todo. Pues bien, si yo tuviera una hija, preferiría que se quedase para vestir imágenes á casarla con él. Marenval se echó á reír. Tranquilícese usted. Creo que el negocio ha fracasado. Gracias por sus confidencias, Giraud; creo que me serán útiles.

Al bajar del yate se cruzaron con un hombre de cara distinguida y que por su aspecto parecía francés. El desconocido se detuvo para dejarlas pasar, saludó y se entró por el tablón al navío. Sin duda lo esperaban allí, porque Marenval, que se estaba paseando por el puente, le salió al encuentro y dándole un vigoroso apretón de manos, le dijo: Por aquí, mi querido magistrado.

Estoy á las órdenes del señor... ¡Ah! aquí el servicio de la puerta es una ganga... ¡Esto es una tumba! ¡Una verdadera tumba! Marenval se apoyó en la chimenea para no sentarse dejando en pie al viejo criado de cabello blanco. El comerciante enriquecido tenía esos rasgos de delicadeza y se mostraba siempre dulce con los humildes.

Después se inclinó ante la señora de Freneuse y dijo: ¡Vamos, Marenval; ahora partamos. ¡Partamos! repitió Cipriano con energía. Y abrazando calurosamente á las dos mujeres, siguió á Tragomer.

Palabra del Dia

reclinándose

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