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Actualizado: 9 de octubre de 2025


Pero no me escuches... ¿Qué importa lo que yo digo? ¿Qué puedo decirte? Mi vida se resume en la palabra desgracia. ¡Háblame! Tengo sed de oirte!... Los instantes que hemos de estar juntos son preciosos, Jacobo mío. He entrado aquí con nombre falso. Me creen inglés. Tengo un navío anclado en el puerto. Marenval, pronto y decidido á todo, me espera. ¡Marenval! ¿De dónde viene ese celo imprevisto?

Y vuestras hijas los aman más que ustedes, interrumpió Marenval. Harvey sonrió. Es cierto, dijo. Los franceses son amables, finos, bien educados... No tienen más que un defecto; el de amar demasiado á su país... Ellos no van bastante á los demás países, y hay que venir al suyo... No digo esto por el señor de Tragomer, que es un viajero infatigable.

Usted me presentará á ellas, ¿verdad? Jacobo respondió: . En la escalera se detuvo Marenval y dijo con aire malicioso: ¿Sabe usted lo que pienso, Cristián? Que miss Maud está á punto de enamorarse de nuestro amigo. Esa americanita es novelesca como una alemana... Y no le disgustaría hacerse francesa. Sorege salió de casa de Harvey temblando de furor.

Tragomer es todavía más fastidioso que . ¡Como! ¿No dejáis quedarse ni á Chambol, el indispensable Chambol? Son las once, dijo Tragomer, y la ópera reclama á Chambol: hoy hacen Coppelia. Si no va por allí, ¿qué dirán las bailarinas? ¿Veis, amigos? Nos esforzamos por ser buenos y no se nos hace quedar... ¡No! Marenval; excusas insistir para que nos quedemos...

¡Adiós! ya se disparó... exclamó Marenval con desesperación. ¿Quién detiene ese molino de palabras? ¡Cállate! gritó el coro de convidados. ¡Tragomer! ¡Tragomer! Y los cuchillos golpeaban los vasos en cadencia, con un ruido ensordecedor.

Marenval, que acechaba á su compañero hacía largo rato, se acercó entonces y preguntó, no sin inquietud: ¿Qué diablos de conferencia han tenido ustedes los tres en ese rincón? Por los ademanes, me parecía que la conversación era grave. Y no se engañaba usted. Á poco me ofrece miss Maud llevarme ella misma á la Nueva Caledonia... ¡Usted se chancea! No, por cierto. Y esto, delante de Sorege.

Esa ocasión ha llegado esta noche. Á usted, amigo Marenval, á quien he contado mi aventura, le pregunto; con la gran fortuna que usted posee, con su afición á las cosas que no son comunes, con el atrevimiento que muestra al contrariar, cuando le parece oportuno, las ideas corrientes, ¿quiere usted colaborar conmigo para rehabilitar á un inocente y confundir á un culpable?

No admito que una empresa comenzada se quede sin terminar, á menos que no se demuestre que es imposible. Pero usted no sólo no ha retrocedido sino que acepta todas las dificultades con la calma de un hombre resuelto. Su valor de usted es extraordinario. Marenval bajó la cabeza. No me coloque usted tan alto en su estimación. Debo confesarle que, en el fondo, he dudado más de una vez.

Me has rechazado, Jacobo, cuando estaba dispuesto á servirte. Estoy libre de todo deber respecto á ti. Adiós. Dió tres pasos hacia el salón y ya tocaba con la mano á la puerta cuando esta se abrió por sola y aparecieron Marenval y Vesín. Al mismo tiempo que ellos entró en la estufa un soplo de calor perfumado y un rumor de aplausos. Era que Jenny Hawkins acababa de cantar.

Marenval recordaba algunas protestas de Jacobo, que nadie había tenido en cuenta. Cuando Jacobo fué preso, estaba en el Havre y nunca pudo explicar claramente qué había ido á hacer allí. Nadie había comprendido tampoco por qué se detuvo veinticuatro horas en vez de tomar el vapor y salir para América. ¿Qué esperaba? La acusación decía: un cómplice. Pero ¿cuál?

Palabra del Dia

reclinándose

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