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Actualizado: 9 de octubre de 2025
La hija estaba trabajando silenciosamente en el hueco del balcón. Fuera de los detalles corrientes de la vida, las dos mujeres no hablaban nada: estaban tan de acuerdo que no necesitaban palabras para comprenderse. La puerta se abrió y apareció Marenval detrás de Giraud.
Mañana se marchará y Sorege no podrá contar más que con nosotros. Hagamos, pues, lo convenido. Tú, Cristián, vete á llevar la buena noticia á mi madre. Usted, Marenval, á casa de Vesín. Yo iré á ver á miss Harvey y allí nos encontraremos todos después. En cuanto Sorege despertó y tomó su desayuno, tomó un coche de alquiler y se dirigió á Tavistock-Street. Nunca el tal hacía las cosas á medias.
Forzosamente Giraud había observado á su señor y á los amigos de su señor. Todos habían pasado por el tamiz de sus observaciones diarias y su convicción era por fuerza la más justificada. Por otra parte, en lo que contaba acerca de las relaciones de Sorege y de Jacobo había muchos detalles verosímiles. ¡Qué rayos de luz esclarecían la conducta de aquel hombre, dado lo que sospechaba Marenval!
Créanme; si han de tener ustedes alguna esperanza, estará en la tramitación legal de una instancia. Escriban una memoria, diríjanla al ministro y unas buenas pesquisas de la policía podrían... Echarlo todo á perder, interrumpió Tragomer. Sé con quién tengo que habérmelas. Es preciso trabajar en la sombra ó fracasaremos... Y queremos lograr nuestro propósito, añadió Marenval.
Se inclinó al oído de Marenval y le dijo: Dejémoslos juntos. Volveremos dentro de un instante. Me escuecen los ojos y necesito tomar el aire. Salieron sin que las dos mujeres, en su egoísta alegría, advirtiesen siquiera su ausencia. Estaban ocupadas en indemnizarse de toda la ternura de que habían estado privadas dos años. ¿Estás seguro, querido hijo, de que no corres aquí ningún peligro?
¡Bah! dijo Tragomer; veinte días de travesía en un barco que ande regularmente. Marenval hizo un movimiento de asombro. ¡Qué! ¿Piensa usted ir á la Nueva Caledonia? El bretón miró tranquilamente á Cipriano. ¿Por qué no, si fuera preciso? El antiguo comerciante dirigió una mirada de terror á su asociado y pensó: "¡Dios mío, en qué berenjenal me he metido!
Mi querido amigo, dijo Marenval mientras subía la húmeda y mal oliente escalera, esa mujer nos ha tomado por un galán joven y un barba que buscan contrata, y hasta nos ha expresado su desdén con frases poco correctas... Tiene usted que acorazarse contra todas estas impresiones, Marenval. Nos veremos en muchos casos semejantes. No me quejo, amigo mío; lo hago constar.
¡Poco apoco! interrumpió Marenval, un poco desconcertado al ver aquel furioso ataque y creyendo haber dicho demasiado. Usted era injusta al acusarme de no tener fe en la inocencia de Jacobo. Bien sabe usted que le he defendido con la energía de un hombre á quien el mundo englobaba malignamente en la catástrofe ocurrida. Sí, en aquellos momentos vi en toda su desnudez la canallada de los hombres.
Marenval volvió suavemente al asunto que le preocupaba. No le pregunto á usted nada sobre el señor Tragomer; éste no tiene nada oculto para mi y me parece enteramente recomendable. Pero quisiera saber la opinión de usted acerca del señor de Sorege.
No lo digo por usted, amigo mío, dijo en tono bondadoso Marenval, sino por mí mismo. Sé que usted ha sido alejado por la señorita de Freneuse, mientras que yo me alejé voluntariamente y no estuvo nada bien lo que hice. Un caballero hubiera obrado de otro modo, pero yo no era en ese caso un caballero, sino un millonario mal desvastado aún de su comercio y que temía perder sus nuevas relaciones.
Palabra del Dia
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