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No es usted justa, mi hermosa prima, porque el primero que ha participado de esa convicción no se llama Marenval, sino Tragomer. María frunció las cejas, hizo un nuevo ademán afectuoso y, sin añadir ni una palabra, volvió á entrar en las habitaciones. Giraud presentó á Marenval su gabán de pieles.

He distraído al señor Marenval de una conversación cuyo fin espera usted con impaciencia, para hablar de cosas miserables. No volverá á suceder. Querida niña, dijo Marenval con bondad; tendremos ocasión de vernos con frecuencia, pues vamos á emprender una campaña que puede ser larga. No violentemos nada, ni en lo que se refiere á las cosas ni en lo relativo á las personas.

Á los rayos del sol poniente, se recortaba con precisión el casco blanco del yate, muy poco elevado sobre el agua. Se distinguían los menores detalles y hasta pareció á Cristián que veía dos hombres en el puente. Uno de ellos debía ser Marenval. Apresurémonos, dijo Tragomer. Dentro de una hora caerá el día repentinamente y es preciso que nos escondamos.

Marenval dirigió á las dos mujeres una mirada de entusiasmo y dijo con una expresión que les arrancó las lágrimas: ¡Es verdad! Ahora creo que Jacobo es inocente. Pero no basta creerlo; hay que probarlo.

¿Y bien? preguntó con ansiedad. ¿Le ha visto usted? Acabo de dejarle. ¿Todo está arreglado? ¡No sin trabajo! ¿Que me cuenta usted? La triste verdad. He necesitado casi amenazarle para decidirle á escapar. Marenval hizo un gesto de asombro. ¿Habremos llegado tarde? ¿No tendrá ya la fuerza y la energía necesarias para evadirse? Tiene fuerza. Lo que le faltaba era la voluntad. ¿Prefería quedarse?

Marenval, Vesín y Tragomer se colocaron en un rincón, cerca del hueco de una ventana, entre la puerta y el piano, donde no podía escapárseles nada de lo que iba á pasar en el salón. Sorege estaba al lado de la bella duquesa de Blenheim y hablaba con imperturbable serenidad.

Pues bien, dijo Tragomer; si nuestros esfuerzos son vanos, tendremos, al menos, la tranquilidad de haber cumplido con nuestro deber. ¿Verdad, Marenval? , querido amigo. Lo que acabo de oir á Vesín, me decide por completo. Yo estaba un poco dudoso, lo confieso, aun después de las seguridades que usted me había dado.

En el fondo había un edificio de aspecto monacal, fachada ennegrecida por el tiempo y ventanas cubiertas con persianas, como ojos cerrados, y al que se subía por una escalera de cuatros escalones verdosos á causa de las lluvias. Marenval llamó y un timbre resonó en la casa turbando el silencio con un ruido sacrílego.

Á estas palabras que le tocaban en lo más profundo de su ser, Marenval palideció, las lágrimas brotaron de sus ojos y sin poder hablar, permaneció temblando de emoción ante sus amigos. Por último movió la cabeza, dió un suspiro que pareció un sollozo y contestó, arrojándose en los brazos de su pariente: Adiós Vesín. Usted sabe á qué atenerse.

Pasado algún tiempo confesó que nunca se había sentido tan poseído y que una voz secreta le había murmurado al oído: ¡Marenval, ahí tienes un asunto asombroso, en el que puedes ser el héroe!... Cuando Cristián terminó, Marenval recobró el uso de la palabra y estalló como una caldera cuyas válvulas han estado demasiado comprimidas. Pues bien, Tragomer, no siento el empleo de esta velada. ¡Oh!