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Actualizado: 12 de junio de 2025


Resuelta a salir de dudas, aquella misma tarde se lió en un mantón, púsose un pañuelo de seda a la cabeza y en tan chulesco atavío, que era como mejor estaba, se fue al núm. 78 de la calle de Belén, apenas cerró la noche. Cinco minutos después, según suele acontecer entre gente de poco más o menos, estaba en amigable diálogo con la portera. ¿Cómo se las arregló?

Y recogió el mantón, como para quedarse con los brazos libres. loqueas.... Anda a dormir. O me dejas o me tiro al mar respondió con tal acento de desesperación la muchacha, que Ana la soltó, y echó a andar a su lado, midiendo el paso por el de la terrible y colérica Tribuna.

Quedábase estática y lela delante de la señorita, devorándola con sus ojos, y si esta le cogía la cara o le daba un beso, la pobre niña temblaba de emoción y parecía que le entraba fiebre. Su manera de expresar lo que sentía era dar de cabezadas contra el cuerpo de su ídolo, metiendo la cabeza entre los pliegues del mantón y apretando como si quisiera abrir con ella un hueco.

Figúrese si habrá mozas guapas allá en Sevilla, de las de mantón y flores en la cabeza, de aquellas que tanto me gustaban antes, que mirarán como una felicidad ser amadas por el Gallardo... Lo mío se acabó. A usted le duele en su orgullito de hombre famoso acostumbrado a los éxitos, pero así es; se acabó: amigo y nada más. Yo soy otra cosa. Yo me aburro y no vuelvo nunca sobre mis pasos.

¡Guasona! exclamó Isidro, volviendo a meter el brazo por debajo del mantón . ¿Es que quieres burlarte de ? Lo digo como lo siento continuó la muchacha con sencillez ; el más guapo de Madrid. Pero no se enorgullezca usted por esto, señorito. Ella se había enamorado sin saber cómo.

Mordíase el joven el dorado bigotito, y no replicaba, la cabeza y los ojos bajos. ¿Qué vas a hacer, entretanto? preguntó la señora, recogiendo, con un movimiento de hombros, el mantón, que se caía. Y Quilito, fríamente, contestó: ¡No se incomode usted, que yo lo que debo hacer! Cogió un billete de veinte nacionales y pidió permiso para guardarlo.

Colgaba frente a ellos una maja de ojos provocativos y boca manchada de rojo violento, como las flores del mantón, pero se anegó también en la misma irrealidad fantástica. No podía hacer Adriana mucho caso de lo que Julio le hablaba, porque se sentía demasiado embargada por la idea de estar conversando los dos sin testigos, en aquel delicioso rincón de soledad.

La nariz, la boca y la barba se parecían mucho a las del Magistral. Un mantón negro de merino ceñido con fuerza a la espalda angulosa, caía sin gracia sobre el hábito, negro también, de estameña con ribetes blancos. Parecía doña Paula, por traje y rostro, una amortajada. Petra saludó un poco turbada. Doña Paula la midió con los ojos, sin disimulo.

No le faltaba nada, ni el mantón de Manila, ni el pañuelo de seda en la cabeza, empingorotado como una graciosa mitra, ni el vestido negro de gran cola y alto por delante para mostrar un calzado maravilloso, ni los ricos anillos, entre los cuales descollaba la indispensable haba de mar.

A pasitos rápidos y cortos, inclinado el cuerpo hacia la tierra, con la cabeza baja y la conciencia temerosa del retraso, venían pegadas a las fachadas de las casas las viejecillas de zapatos de cabra y mantón negro, y adelantándose a ellas iban las muchachas devotas que, como ignorando el poder de la juventud, piden incesantemente al cielo dichas que puede darles el mundo.

Palabra del Dia

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