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Actualizado: 26 de mayo de 2025
Hasta que no puso la señora el punto, sofocada y casi sin aliento, no se aventuró a decirle: «Pues D. Carlos me mandó que fuera a su casa mañana. ¿Para qué? Para hablar conmigo... Como si lo viera. Querrá mandarme una limosna... Justamente: hoy es el aniversario de la muerte de Pura... Se saldrá con alguna porquería. ¡Quién sabe, señora! Puede que se arranque... ¿Ese?
Inútil es decir que el casero tenía mala cara; todos la tienen; es la primera cosa que hacen en comprando casa; a lo menos tal nos parece siempre a los inquilinos, sin que esto sea decir que no pueda ser ilusión de óptica. ¿Qué tiene usted que mandarme?... ¿Usted es el dueño de la casa que se está haciendo?... Sí, señor. Hay varios cuartos en la casa. Están dados. ¡Cómo! si no están hechos.
Al estrecharle contra su pecho le había puesto la mano sobre el corazón, notando que sus latidos acusaban perfecta tranquilidad. El joven, sin advertir nada, se dispuso a retirarse, y ya iba a traspasar el umbral del aposento, cuando el doctor le llamó de nuevo, diciéndole con voz ahogada por la emoción: Oye, Amaury, una palabra. ¿Tiene usted algo que mandarme? Aguárdame en tu habitación.
Los perales se los regalé á D. Lino Pereda, pero todos se secaron, lo cual me ha disgustado mucho, aunque presumo que habrá sido porque los plantó en tierra demasiado húmeda. Lo mismo se peca por lo mucho que por lo poco. No dejes de mandarme en tiempo oportuno algunos otros de buena casta, pues se los he prometido al cura de la Segada.
La bondad de usted para conmigo no puede ni debe disminuir el respeto y la veneración con que yo miro a usted, madre mía respondió Ricardo . No ya para aconsejarme, para mandarme tiene usted autoridad, y debe tener valor. Yo obedeceré a usted si está en mi mano obedecerla. No pretendo que me obedezcas, sino que me escuches y que te dejes persuadir por mis razones.
Si pedís parecer de los que ahora Están en posesión, y que es forzoso Que el vulgo con sus leyes establezca La vil quimera deste monstruo cómico, Diré el que tengo, y perdonad, pues debo Obedecer á quien mandarme puede, Que, dorando el error del vulgo, quiero Deciros de qué modo las querría, Ya que seguir al arte no hay remedio En estos dos extremos dando un medio.
¿Qué tiene usted que mandarme? Vengo a pedirle un favor... ¡Cómo me gustan sus artículos de usted! Es claro... Si usted me necesita... Un favor de que depende mi vida acaso... ¡Soy un apasionado, un amigo de usted! Por supuesto... siendo el favor de tanto interés para usted... Yo soy un joven... Lo presumo. Que quiero ser cómico, y dedicarme al teatro... ¿Al teatro?
Señor dijo el cochero, si Álava está en España, en España debemos estar. Vaya, poca conversación dijo el padre, cansado ya de admiraciones y asombros: conmigo es con quien se las ha de ver usted, señor viajero. ¡Con usted, padre! ¿Y qué puede tener que mandarme Su Reverencia?
No tuvo el cinismo de mandarme a los tres que antes intentaron asesinarme, pero sí diputó la otra mitad del sexteto, Laugrán, Crastein y Ruperto Henzar, los ruritanos.
Puso la abadesa bajo un sobre la carta para el padre Aliaga y las dos copias adjuntas á ella, y con la dirigida al duque de Lerma, la entregó á Montiño. Dadle un pliego le dijo al señor duque de Lerma, y el otro al señor inquisidor general. ¡Al inquisidor general! ¿Y cuándo? Al momento. ¿Y si me detuviere el duque de Lerma? En cuanto os veáis libre. ¿Tenéis algo que mandarme, señora? Nada más.
Palabra del Dia
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