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Actualizado: 7 de junio de 2025
Otro obispo, por nombre Samuel, depuesto por justas causas de la silla Eliberitana, se vino igualmente á Córdoba, y renegó, uniéndose á los muzlemitas. Autorizado con el poder que el favor de la corte daba al malvado gobernador de los cristianos Servando, su pariente, fué uno de los que mas atribularon á los fieles.
Porque aquel hombre no era un malvado: era un pobre muchacho lleno de ilusiones a quien la vida del gran mundo se le subía a la cabeza, como se sube un vino de mucho cuerpo en un estómago acostumbrado sólo al agua.
Aún podía ofrecer un testimonio más importante: el doctor Ojeda, que la había encontrado a la una y media, cuando él se retiraba a su camarote, acompañándola hasta las tres. ¿Cuándo iba a terminar de martirizarla este malvado?... La madre tomaba partido por el hijo, mirándola a ella con ojos iracundos. Era la vergüenza de la familia: los iba a matar a disgustos. «Papá... papá», imploraba Nélida.
Cuando un hombre llega a disgustarse de la vida; cuando rompe el vínculo de afectos que le unen a la sociedad; cuando, en fin, llega a dudar de todo, o por mejor decir a no creer en nada... cuando se hace excéptico... Un excéptico es la calumnia viviente. Un excéptico es con suma facilidad malvado. Dejé de ver a Amparo. Y, sin embargo, el recuerdo de Amparo estaba fijo, siempre fijo en mi alma.
Lazcano muy malvado de celada, Con ánimo endiablado se le queja, Diciendo no conviene que tuviese Por un tirano el mando, y desistiese. Y que él con los leales trataría, Que en nombre del Gran Carlos se eligiese, Y aquesto facilmente lo haría, Sin que persona alguna lo impidiese.
Al punto que desiste luego viene La gente de leales de los sotos, Y el Abrego leal no se detiene, Que espera de tener aquí mas votos: El Lazcano malvado pues no tiene Los filos del intento, malos votos, Que con presteza á muchos sobornando, Al Abrego procura dén el mando.
No me expliques más dijo Lázaro, viéndola llorar. Veo que aquellos demonios tienen la culpa de todo. ¡Maldito sea quien te llevó allá! Ellas te han calumniado, estoy seguro de ello. Siempre estaban hablando de faltas cometidas, de pecados ... y qué sé yo. Lo mismo decían de mi. Las dos aseguraban que yo era un malvado, y que había cometido no sé qué crimen.
Yo no puedo acallar la voz de mi conciencia que me dice: ¡Malvado!, ¡servidor desleal!, ¡traidor!... No; se lo diré a la señora, se lo diré al ama, y entre tanto, orden, silencio, obediencia, todo el mundo a su sitio.
Mis interlocutores suponían que para que un alemán matase a un niño en la guerra era preciso que ese alemán fuese un malvado. Yo, en cambio, opinaba que un alemán podía matar niños sin dejar por ello de ser un excelente padre de familia y un hombre sensible a las emociones de carácter más elevado.
La llenaba de perplejidad y de malestar, pues á veces aquella marca roja de infamia en el pecho de su vestido, parecía como si latiera y se agitase cuando Ester pasaba junto á un venerable eclesiástico ó magistrado, modelos de piedad y de justicia, á quienes el mundo contemplaba como si fueran los compañeros de los ángeles. ¿Qué malvado pasa junto á mí? Se decía Ester para sus adentros.
Palabra del Dia
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