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Actualizado: 8 de julio de 2025
Colgaban hasta tocar su cama; agitábalos al dormir con su ronquido, y sentía gran disgusto cuando al despertar se encontraba con una telaraña caída junto a su boca. Esto es lo que alarga la vida; esto no se paga con dinero. Si tu abuela quiere que ande el palo, que me toque una tan sólo. Cuando Maltrana volvió a la plazoleta cerró los ojos, deslumbrado por el sol.
Además continuó con dulzura , usted me ha engañado, señor de Maltrana; usted se ha burlado de mí... No: ¡si no me enfado por ello! ¡si no le hago cargo alguno!... Yo le admití con gusto bajo mi techo, pero le indiqué que no podría vivir con Voltaire, Garibaldi y otros hijos del Malo.
Feli, que tanto cuidaba en otros tiempos del arreglo de su persona, permanecía ahora inmóvil en la única silla entera de la casa, como si no viese ni entendiese, sin otra sensibilidad que un continuo frío que la hacía estremecerse en sus ligeras envolturas. Maltrana salía diariamente en busca del pan.
Pero su fe ya no era la misma; comenzaba a dudar del porvenir de Maltrana viéndole falto de apoyo. Tal vez se quedase en mitad del camino, sin fuerzas para llegar al término. La vida era en su casa cada vez más dura. El señor José pasaba semanas enteras sin trabajo. Pepín, que ya tenía once años, era tan malo, que los vecinos le apodaban el Barrabás.
Por todas estas razones, Maltrana experimentó gran asombro al ver que el personaje, muy tirado de levita y sombrero de copa, con el aspecto grave y entonado de uno de los directores del país, al cruzarse con él, en vez de distraer la mirada, la fijó en su persona, acariciándole con bondadosa sonrisa.
¡Qué hombre, amigo Maltrana! exclamaba el senador . ¡Que talentazo! ¡Y qué modo de escribir tan... castizo! Se olvidaba, en su entusiasmo, de quién era el que le escuchaba, y seguía en sus elogios al jefe y a la bondad con que le cubría de alabanzas en varios pasajes del prólogo. El marqués de Jiménez no pensaba publicar otro libro hasta el año siguiente. Era un mal el prodigarse.
Vemos las mismas personas cien veces al día. Parece que nos conocemos desde que nacimos... Dígame, Manzanares: ¿en qué día estamos? Era Maltrana el que hacía la pregunta, en las primeras horas de la mañana, caminando por la cubierta de paseo con el comerciante español.
¡Qué lindo! dijo volviéndose a Maltrana, mientras el otro seguía bailando . ¡Qué hermoso pedazo de hombre!... Lástima que esté aquí. Ojeda, que permanecía cerca de ellos, pensó que era una suerte para su amigo que los reglamentos del buque no permitiesen al Emir dar un paso fuera de la proa.
La gente se va detrás de sus patrañas, porque éstas halagan a la bestia que todos llevamos dentro y que desea campar a su gusto. Pero el hombre es malo y necesita, unas buenas disciplinas. Que dejen al hombre en completa libertad, y veremos barbaridades. Maltrana, entretenido por esta charla, fingía aprobarlo todo con movimientos de cabeza. Usted habrá leído mucho, don Vicente.
Las hace circular y las recoge luego cuidadosamente, lo mismo que un tenor... Eso es, un tenor: un tenor de sotana. Y hablaba con irónico asombro de las múltiples y mediocres habilidades del abate viajero y verboso: conferencista, pintor, escultor, poeta y músico. Maltrana sabía esto por uno de los periódicos que repartía él mismo.
Palabra del Dia
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