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Actualizado: 8 de junio de 2025
Y el pobre Maltrana lo sentía así, apreciando como un gran honor la propuesta del personaje. Lo que deseaba el marqués de Jiménez era escribir un libro, pero un libro notable que consolidase su prestigio de economista, de pensador serio.
¡No me conoces!... gritaban los golfos de abultadas amenidades, tirándole del bigote, abofeteándole con un entusiasmo que enrojecía sus mejillas. ¡No me conoces!... gritaba un bebé de color de rosa, en el que Maltrana fijó su atención. ¿Pues no te he de conocer, criatura? exclamó el joven . Tú eres Feliciana. No hay en todo el barrio otras manos como las tuyas.
El lobo se come al cordero, el milano a la paloma, el pez gordo al pequeño, y hay que dar gracias al rico porque, pudiendo tragarse al mediano, le deja vivir para que pene. Así hablaba Zaratustra. Al recordar Isidro Maltrana su pasado, deteníase en los años de su infancia transcurridos en el Hospicio.
Nadie se acordaba ya de las diplomáticas tiranteces entre los «pingüinos» y las «potencias hostiles». El doctor Zurita dio tarjetas a Maltrana y Ojeda. Su cortesía era un tanto ruda, pero ingenua, verdadera.
Hay que protegerla; hay que ayudar al mediano; que gaste el de arriba, ya que tiene, pero que no sea todo para él... Maltrana interrumpió al viejo. Era capaz de permanecer allí toda la mañana si seguían escuchándolo. Le esperarían sus parroquianos; su ayudante, el Bobo, lanzábale miradas de impaciencia; el pobre Coleta aguardaba a que le dejase subir en el carro para ir a Madrid.
Schopenhauer, su ídolo de momento, se burlaba de la filosofía que sube a la cátedra para darse a entender. Sería pensador independiente; sería escritor. Y Maltrana, filósofo de diez y nueve años, con un ligero vestigio de bigote, se lanzó al mundo.
La bulliciosa latinidad gozaba el privilegio sobre las otras castas de beber vino en las comidas dos veces por semana y tomar chocolate al amanecer otras dos veces, en vez del café habitual. Las lamentaciones de don Carmelo, que juraba para él solo con grandes aspavientos, interrumpieron a Maltrana. ¡Mardita sea mi arma!
Y sus dos compatriotas, a pesar de la distracción que les había producido el incidente de Maltrana, continuaron gritando con expresión burlona: «¡Tongo... tongo!». Sintióse molestado Isidro por las murmuraciones de estos «queridos amigos» que habían asistido al encuentro por benevolencia suya.
No tenía periódicos; apenas si al amanecer repartía un poco de papel a la chusma haraposa que le traía loco. Sin embargo, las preocupaciones de la profesión lo asaltaban en medio de su descanso, e interrumpía la comida para preguntar al Mosco y a Maltrana: ¿Por dónde andará ahora la partida grande?... Los interpelados levantaban los hombros con indiferencia.
Tenga mucha fe en Nuestro Señor Jesucristo, en su Santa Madre María y en nuestro poderoso patrón San José, y con estas ayudas crea que todo le saldrá bien, y si no es en la tierra, será en el cielo... Buenas tardes, señor de Maltrana.
Palabra del Dia
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