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Actualizado: 14 de junio de 2025
Abrió la lavandera su desdentada boca y rióse desvergonzadamente; después fijó sus maliciosos ojos en el rostro del inspector general y exclamó: ¡Pardiez!... Tiene a quien parecerse... También usted, señor Delaberge, también usted era un excelente muchacho en la época en que nació ese niño... Delaberge se estremeció.
De modo que tenía muchísima razón la buena señora cuando, al despedirse y después de haberle ofrecido de nuevo su casa, le llamó, con una sonrisita y un ademán muy maliciosos, «¡ingrato!» ¿Quién, pues, como Leticia, para oírle con cariño, informarle sin pasión y aconsejarle con acierto? En estas y otras tales, ya llegó la hora de comer, y Ángel tuvo que sentarse a la mesa.
El Condesito había adquirido tal costumbre de ir todas las noches a la tertulia de los de San Teódulo, que a cualquiera cosa faltaría antes de dejar de ir. La misma costumbre había adquirido doña Beatriz. De esta suerte se veían de diario y en presencia de muchos hombres maliciosos, amigos de burlas y muy propensos a explicarlo todo por el lado más feo.
Los informes de la señorita de La Treillade sobre la boda de Fabrice, aunque tan maliciosos en la forma, eran bastante exactos en cuanto al fondo, y nos dispensan de entrar en más detalles acerca del particular.
Las gentes comentaban su ocultamiento con guiños maliciosos. Algún nuevo amor; y sus amores casi siempre eran andantes, necesitando el viaje largo y el cambio de horizontes. Tal vez estaba en Constantinopla ó en Egipto; tal vez se ocultaba en uno de los enormes hoteles de Nueva York. A veces era cierto; en otras ocasiones, los más íntimos de la duquesa afirmaban que no había salido de París.
Así pasaron más de un cuarto de hora en medio de la calle, bajo la lluvia, llamando la atención de los escasos transeúntes, que ante una pareja tan olvidada de sí misma hacían comentarios maliciosos. Por fin, la costurera pareció ablandarse. Lo pensaría; tal vez al día siguiente pudiera contestarle. Y tras esta promesa, que para Juanito fue una felicidad.
La charla viva, irónica, chispeante de Núñez empezó a causar secreta alegría a la gentil señora de Reynoso; su rostro serio comenzó a iluminarse y no tardó su linda boca en estallar en carcajadas ruidosas celebrando los donaires casi siempre maliciosos del pintor.
¡Ah! ¿Para hablar de mí?... Pues mira, de aquí en adelante no hables de mí. Basta con que me quieras. Los criados, que por allí andaban, los miraban con el rabillo del ojo y se hacían guiños maliciosos. Al salir tropezaron con Pepa Frías. La frescachona viuda estaba muy bien ataviada: había oído infinitos requiebros.
Los ojos opacos de aquél brillaron al sentir el blando peso. El fuego lanzaba sobre ellos reflejos maliciosos. Yo también soy feliz con tu amor le dijo suavemente al oído. En mis horas de sueño, en los momentos en que fabricaba castillos en el aire nunca pude imaginar tanta dicha. Es más: yo pensaba que el amor estaba vedado para mí. Dios me ha criado con un corazón poco sensible.
La cantaora, que le vió desde el columpio, guiñó sus ojos maliciosos y le soltó esta copla: «Mocito que está á la puerta mirando para el columpio: entre usté y columpiará la que sea de su gusto.» Todos los rostros se volvieron entonces risueños hacia él. Manolo avanzó confuso y dijo galantemente: De mi gusto, prenda, ninguna más que usté. Pues colúmpie me usté, hijo, y de salud le sirva.
Palabra del Dia
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