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Actualizado: 27 de junio de 2025
Y dábamos vueltas por el muelle, sin hacernos cargo de que estábamos a la orilla del agua. En una de estas vueltas me falló un pie y caí al río, no sin arrastrar conmigo al malagueño. No le vi más. La impresión del agua fría apagó la calentura de ambos. Solté las manos y el primer pensamiento de los dos al salir a la superficie fue el de salvar nuestras preciosas existencias.
Yo no tengo para qué presentarme otra vez delante de esa p... exclamé, poniéndome rojo. Creí que aquel insulto dirigido a su amada le iba a exasperar. Nada de eso. Siguió tan tranquilo como si nada fuese con él. Ambos guardamos silencio. Yo quedé profundamente pensativo. Las últimas palabras del malagueño me habían llegado a lo profundo del corazón.
Su prima quedó en pie, con el pecho agitado, el cabello en desorden, sonriendo siempre con la misma gracia maliciosa. El malagueño, en un arrebato de entusiasmo, puso la guitarra a sus pies, exclamando: ¡Si eztá podría ezta niña! Todos rieron menos yo.
La conciencia me obligaba a hacer esta declaración, pues yo le había agredido por leve motivo, teniendo en cuenta que hablaba en broma. Sin embargo, más adelante pensé que bien podría haber sido preparada aquella escena, porque el malagueño era hombre malintencionado y vengativo.
Medianamente satisfecho debió de quedar el malagueño de aquellas confidencias, a juzgar por la afectada indiferencia con que después me habló de otros asuntos enteramente apartados del que me preocupaba; tanto que no pude menos de preguntarle con zozobra: Y respecto a la hermana, amigo Suárez, ¿cree usted que mis esperanzas tienen alguna base, o será todo engaño de la imaginación?... Porque ya sabe usted... cuando a uno le gusta cualquier mujer, todo lo convierte en sustancia.
Doliose extremadamente del percance, y me aconsejó que, por sí o por no, cascase las liendres al malagueño. Mas, contra lo que esperaba, el relato de mis desgracias no logró mermar aquel tesoro de buen humor que guardaba. Siguió riendo y jaraneando lo mismo que si acabase de notificarle mil felicidades; lo cual no dejó de mortificarme un poco.
Allí, estando todo el día juntos, no podía menos de operarse la reconciliación, para lo cual ella pondría de su parte lo que pudiera. Por supuesto, no invitaremos a ese malagueño antipático añadió, guiñándome el ojo con gracia . Usted campará todo el día por sus respetos. Mi pecho se inundó de gratitud. Era adorable aquella chica.
Marché resueltamente por la calle y pasé por delante de la casa a paso lento, y hasta me parece que me detuve un instante frente a ella. Era verdad; ¡qué verdad tan sublime! Allí no estaba el malagueño. La calle, desierta; las ventanas, herméticamente cerradas. Pero era necesario que me convenciese bien, que gozase plenamente de aquella grande y sabrosa verdad.
«Contemporáneo de los ilustres sevillanos que dejamos mencionados, émulo de ellos por su saber y por sus cultas aficiones, fué el ilustradísimo malagueño Don Adan Centurión, cuya memoria ha ilustrado con interesantes datos biográficos el docto escritor Dn. Antonio Aguilar y Cano, al cual debemos los siguientes datos.»
Pero Gloria no tardó en llegar, las mejillas inflamadas, los ojos enrojecidos y brillantes. No me miró al entrar. Comprendí que sin mirarme me veía, y esperé. A la mesa, a la mesa dijo Isabel. Vi que el malagueño se acercaba a Gloria y le decía algunas palabras, y vi que ella hacía una mueca de indiferencia y le volvía la espalda. ¡Qué criatura tan inteligente!
Palabra del Dia
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