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Actualizado: 27 de junio de 2025


El malagueño dio la mano, para saltar, a Gloria, y esto me contrajo el corazón fuertemente; pero apenas los diminutos pies de ésta se posaron en el suelo y me lanzó una ojeada firme y rápida como un latigazo, volvió a dilatarse. Se descansó algunos minutos delante de una taberna y nos refrescamos con agua azucarada. Las damas se sentaron en las sillas que sacamos del establecimiento.

Quién sabe si me tomaría por un mentecato, viéndome en aquella ridícula situación. Por fortuna o por desgracia, vino un suceso inesperado a sacarme muy pronto de ella. Un día, al entrar en el despacho de D. Oscar, me encontré repantigado en una butaca al malagueño que había conocido en Marmolejo, a Daniel Suárez, mi presunto rival en el amor de Gloria. Quedé sin gota de sangre en el rostro.

Disimulando mal su turbación y enojo, me pedía noticias de mi novia con una insistencia y una melosidad tan empachosa que yo no si hubiera preferido las insolencias del malagueño. Vamos, Sanhurho, no disimule uté ... ¿Es tan guapa como Daniel la ha pintao? Señora, ya le digo a usted que no ha sido más que una broma para divertirse un poco a mi costa.

Ventajosamente conocido y justamente celebrado era ya este joven malagueño, así por sus bonitas poesías, como por sus graciosos cuentos en prosa, y por sus novelas Cartucherita y El lagar de la Viñuela. Su última obra, La Goletera, viene, en mi sentir, a confirmar su buena fama de novelista alcanzando para él diploma y título de escritor excelente.

En la media luz que el farol de la esquina esparcía en aquel rincón se destacaba bien clara la silueta del malagueño recostado sobre la reja, con su americana corta, pantalón claro ceñido y sombrero cordobés de alas rectas. Sin darme cuenta de lo que hacía, avancé con lentitud, el paso vacilante, y me cercioré de que detrás de la reja se hallaba Gloria.

Lo cierto es que el malagueño soportaba su derrota con más filosofía que yo lo había hecho. El firmamento se había poblado de estrellas. La luna aún no aparecía. Apartámonos de la orilla y los remos comenzaron a chapotear dulcemente sobre el agua. El calor había cedido, pero no cesaba.

Al contrario, sin saber por qué, me sentí gratamente impresionado, y ya me disponía a tomar pie de ella para insistir en mi fogosa declaración, cuando nos sorprendió una voz que sonó a nuestra espalda. Le veo a usted muy inclinado a los niños, amigo Sanjurjo. Era el malagueño, que nos había alcanzado. Me volví y advertí en su rostro una sonrisa irónica que me crispó.

La intención del malagueño no podía ocultárseme. Lo que seguiría después de doña Tula y el bendito señor se enterasen de mi intriga podía sospecharlo. Maldije la hora en que había conocido a aquel antipático sujeto, y le deseé de todas veras la muerte.

Era malagueño, según decía, y bastaba sostener con él un breve diálogo para enterarse a las primeras palabras de su nombre, lugar de nacimiento y apodo.

Palabra del Dia

rigoleto

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