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Pues que si lo ha robado, si no lo ha robado ... Cuando yo digo una cosa.... Si estuviera aquí mi Blas, se vería si hay un hombre pa otro hombre murmuró, volviendo la espalda, la promovedora de aquel alboroto. Vamos, señores, aquí no se ha robao naa dijo el majo con decisión. Aquí están ustedes de más. Largo el camino.

Mutatis mutandis, todo le parece lo mismo: la mujer del alcalde es igual a una emperatriz o reina, la del escribano equivale a la duquesa más en moda en Madrid, y el majo Fulanito se le antoja más brioso, y gallardo, buen jinete, seductor, afable y ameno, que el más perfecto dandy de cuantos ha conocido.

Velázquez permaneció en la tienda inmóvil, silencioso, con la vista fija en la puerta por donde había salido. No tardó en presentarse de nuevo con el mantón sobre los hombros, y sin mirarle se dirigió resueltamente á la puerta de la calle. Pero el majo, con rápido ademán, se puso delante, cortándole el paso.

Y al decir esto, salió una mujer y dos o tres mozos de cuadra; y llegáronse a oír cuatro o seis vecinos y catorce o quince curiosos transeúntes; y como el calesero hablaba en majo y respondía en desvergonzado, y fumaba y escupía por el colmillo, e insultaba a la gente decente, el auditorio daba la razón al calesero, y le aplaudía y soltaba la carcajada, y le animaba a seguir: en fin, sólo una retirada a tiempo pudo salvarnos de alguna cosa peor, por la cual se preparaba a hacernos pasar el concurso que allí se había reunido.

Ya sospechaba respondí que ese perdido recalaría por aquí. ¿No trae en su compañía a un majo de las Vistillas o a algún cortesano de los de la tertulia del Sr. Mano de Mortero? No si viene solo o trae corte.

No volverás á tener otro tan majo, Bartolo. Me alegro de que haya sido mentira lo que me dijeron. ¿Qué te dijeron? preguntó un poco turbado el valiente. Que la tía Jeroma te había llevado por las orejas á casa antes de comenzar la gresca. ¿Quién dijo eso, puño? Suéltalo en seguida, porque quiero meterle estos cachos del garrote por los dientes exclamó hecho una furia el hijo de la tía Jeroma.

Calló al fin el majo y, sin atreverse á exigir respuesta, se alzó de la silla donde estaba, y salió de la estancia no poco triste y desengañado. Así anduvo varios días; pero la esperanza, que tarde ó nunca nos abandona, le hizo pensar al fin que lo que había hecho callar á Soledad fué la sorpresa en parte y en parte también el temor de ser burlada como otras veces.

Se jactaba de ser un poco bárbaro y vestía un tanto majo, con la elegancia garbosa de los antiguos postillones. Llevaba chalecos de color, y en la cadena del reloj colgantes de plata.

Antes de llegar á las Barquillas de Lope se apeó y despidió el coche, encaminándose vivamente hacia la casa de su antigua novia. Pero cuando ya estaba cerca, de uno de los portales próximos salió un hombre y se le puso delante. Buenas noches, señor Pedro. El majo, sorprendido y mirando con fruncido rostro al que se le atravesaba, respondió: Buenas noches, Gabino. ¿Qué se ofrece?

El majo mostraba una alegría miedosa, donde se percibía, no obstante, alguna afectación, un dejo de inquietud y tristeza que por momentos lo hacía enmudecer y le arrugaba la frente. Al salir de una de estas breves pausas, dijo á su compañera con sonrisa melancólica: María, ¿te acuerdas de aquel rey de copas que anunciaba mi matrimonio con Soledad? La maga quedó turbada sin saber qué contestar.