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Actualizado: 3 de junio de 2025
Al fin la vio, pero sin mantilla blanca, sin nada que recordase a aquella señora de Sevilla semejante a una maja de Goya. Parecía, con su cabellera rubia y su sombrero original y elegante, una extranjera de las que contemplan por primera vez una corrida de toros.
Luego revolvió a todos lados sus miradas anhelantes, diciendo: «Severiana, o tú, o cualquiera, ¡si quisierais darme!...». Doña Lupe y la comandanta habían entrado también. «¿Qué tal, Mauricia? Hoy es para ti día feliz. Recibes a Dios, y ves a tu nena. ¡Oh, qué maja está!».
Para ocultar su emoción, Adriana contemplaba fijamente el cuadro de la maja provocativa. Cuando oyeron a Lucía que peleaba en voz alta a la institutriz, adrede para advertirles, Adriana se levantó. ¿Vienen ya? preguntó él con un tono de ingenuidad desolada. Sí, adiós, repuso ella abandonándole la mano.
¡Arrastrao! dijo la maja cuadrándose y moviendo la cabeza ¿tengo yo cara de cabrona? ¿Te paece que por una cara de escoba como esta voy yo á consentir?... ¡Calla! exclamó el otro ó te ejo sin piernas. Mira, Juan Mortaja, que voy á sacarle los ojos á esta rabuja si ahora mesmo no vienes conmigo. ¿Le parece á usted que á una mujer como yo se la...? Juan Mortaja, cuando igo que vamos á tener que....
Yo empeñada en apartarle a usted del camino de la perdición, y usted cada vez más inclinado a seguir por él... Ya se sabe que la juventud ha de tener sus trapicheos; pero los muchachos decentes y bien nacidos desfogan sus pasiones con compostura, antes buscando el trato honesto de personas graves y juiciosas que el de la gentezuela maja y tabernaria.
Aquel continente de matrona, aquel aire simpático, aquel rostro lleno de atractivos no eran ya sino sombra de sí mismos. Gordura fofa en su cuerpo, languidez en su semblante y un decaimiento general en su persona toda anunciaban que la maja no volvería a ser lo que fue.
Esta pareja del andaluz a caballo y la maja en la reja pelando la pava, para la sentimental y romancesca mistress Mitchell, que pone los ojos en blanco al hablar de España, el país del amor, del naranjo y de las aventuras increíbles... ¡Ah!, este D. Quijote reventando a cuchilladas los cueros de vino, para el amigo Davidson, que llama a D. Quijote don Cuiste, y se las tira de hispanófilo... Bien, bien.
Esta niña y otras del barrio, bien apañaditas por sus respectivas mamás, peinadas a estilo de maja, con peineta y flores en la cabeza, y sobre los hombros pañuelo de Manila de los que llaman de talle, se reunían en un portal de la calle de Postas para pedir el cuartito para la Cruz de Mayo, el 3 de dicho mes, repicando en una bandeja de plata, junto a una mesilla forrada de damasco rojo.
Palabra del Dia
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