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Actualizado: 10 de junio de 2025
Un poco más allá de las columnas que separaban el gabinete de la alcoba, estaba la cama con las cortinas cerradas y caídas, como se oculta tras un velo sagrado el ara de una diosa. En la penumbra de un rincón se alzaba un mueblecito maqueado, con sus flores de nácar y sus cajoncitos entreabiertos, dejando caer hacia fuera algún trozo de encaje, alguna madeja de estambre.
Aire... espacio... libertad; se ahogaba en las calles tortuosas, con sus paredes que parecían aproximarse para cerrarle la marcha; necesitaba horizontes inmensos, para no creerse aplastado, para poder ensanchar sus pulmones y arrojar la cruel madeja de suspiros que se apelotonaba en su garganta.
En demostración de ello, fue sacando entronques la viuda; y cuando ya comenzaba yo a enterarme, por su labor, del parentesco, metió en ella nuevos hilos don Pedro Nolasco, y toda la madeja se me hizo una maraña; pero me guardé muy bien de declararlo así: antes al contrario, me di por convencido y hasta me felicité de ello.
Y lo peor es que el D. Gaspar se enfurruña, y ya no quiere casarse, y dice que si topa en la calle al pobre hidalgo, le pondrá como nuevo. ¿Qué hacer? ¡Tate!... Aquí está el quid de la dificultad ¿Cómo desenredar esta enmarañada madeja?
No era tortas y pan pintado la limpieza material del archivo; sin embargo, la verdadera obra de romanos fue la clasificación. ¡Aquí te quiero! parecían decir los papelotes así que Julián intentaba distinguirlos. Un embrollo, una madeja sin cabo, un laberinto sin hilo conductor. No existía faro que pudiese guiar por el piélago insondable: ni libros becerros, ni estados, ni nada.
Te equivocas si piensas que todavía no nos queda bastante hilo que enrollar en nuestros viajes alrededor de la madeja de la Tierra. Y es mejor que no pienses ahora, ¡oh mi ídolo! en ver a Tucker. Porque tiene lepra y te la contagiaría si lo vieras. Pero cuando que es tu tío y tutor no tiene lepra objeté a Nanela. No lo niego. Sólo tiene lepra cuando es un extraño para mí.
Efectivamente, ¡qué ojos tan hermosos, tan cándidos y maliciosos a la vez! ¡Qué cutis de alabastro! ¡Qué labios, qué dientes, qué dorada madeja de cabellos! Cecilia, la pobre, estaba aún más delgada que cuando se había ido y más desgarbada. ¿Cómo le había gustado aquella chica?
Vistiendo un smoking azul con galones de oro, brillándole la calvicie sudorosa y acariciándose las barbas, iba desenredando lentamente su madeja oratoria. Una gran parte del auditorio no le comprendía, pero todos conservaban la mirada puesta en él, con la fijeza de la incomprensión, aumentándose con esto los titubeos verbales del marino.
No se podía fijar la atención, sin sentir vértigo, en aquel voltear incesante de una infinita madeja de hilos de agua, ora claros y transparentes, ora teñidos de rojo por la arcilla ferruginosa; ni cabeza humana que no estuviera hecha a tal espectáculo, podría presenciar el feroz combate de mil ruedas dentadas que sin cesar se mordían unas a otras, y de ganchos que se cruzaban royéndose, y de tornillos que, al girar, clamaban con lastimero quejido pidiendo aceite.
He visto otro caso: un pobre, del Moro también, mendigo él, de Orán él, que pedía en Puerta Cerrada, junto al taller de mi padrastro. Y se puso tan perdido, que no había cristiano que se le acercara, y ni en los santos Hospitales le querían recibir... «Picar, picar mocha era lo único que Almudena decía, pasando las uñas desde el hombro a la mano, como se pasaría un peine por la madeja.
Palabra del Dia
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