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Actualizado: 10 de junio de 2025
919 Ahi se enredó la madeja y su enemistá conmigo; se declaró mi enemigo, y, por aquel cumplimiento, ya sólo buscó el momento de hacerme dar un castigo. 920 Yo vía que aquel maldito me miraba con rencor, buscando el caso mejor de poderme echar el pial; y no vive más el lial que lo que quiere el traidor.
Veía su cuello esbelto, de líneas armoniosas y gráciles cuando permanecía en reposo, pero que a la menor contracción marcaba la tirante madeja de sus tendones. Se fijaba en la cortante arista de las clavículas bajo la epidermis mate, de una blancura verdosa que absorbía la luz sin reflejarla.
El cura charla que charla, y la dueña devana que devana, parecía que de los labios de aquel salía la palabra, como de la madeja de sus manos el hilo, y que Doña Hermenegilda iba envolviendo el interminable discurso, haciendo de él un corpulento ovillo, que bien podría pasar por abultado libro.
Tal era su dolor, que los estremecimientos, subiendo á lo largo de su espalda hasta la cabeza, erizaban sus rapados cabellos, haciéndolos crecer y enroscarse con la contracción de la angustia; hasta convertirse en horrible madeja de serpientes. Entonces ocurrió una cosa horrible. El fantasma, agarrándole de su extraña cabellera, hablaba por fin. Vine... vine decía tirando de él. Ven... ven.
Madeja muy revuelta era sin cuenda, Y el cabo no se halla, aunque se busca, Que todos andan hechos chacorrusca. El Visorrey se vá con los Oidores A San Francisco, y hacen el Audiencia En toldos, que aposentos los mejores Tuvieron muy menor la resistencia.
Había creído que, por miedo o por conveniencia, Carmen iba a cumplir a satisfacción la extraña embajada; que no era lerda la niña ni le faltaba ingenio para enredar una madeja de amores. Pero no había querido, no, ¡la pícara, la taimada!...
Mis investigaciones van tomando cuerpo... Las solteronas se enredan en una madeja inesperada. Estaba yo gimiendo en mi interior por las dificultades de mi tarea, cuando la Providencia, bajo las facciones del padre Tomás, vino a llamar a la puerta de la abuela. El buen cura deseaba averiguar el estado de nuestras cabezas y el de nuestros corazones.
Todo el cuerpo de Carmencita tembló, y sin dudar ni un segundo, sin volver la cabeza, despierta a la realidad de los sucesos, en una brusca sacudida de su ser, murmuró: Es Julio, que ríe. Doña Rebeca se rebullía en su cuarto con las crenchas blancas tendidas en enredada madeja, con los brazos secos alzados como las quimas de un árbol marchito que se elevase al cielo pidiendo venganza.
Belarmino se aplacía en el canto religioso: ne impedias musicam, dice la Escritura. «Quizás Angustias canta también; le habrán enseñado» pensaba Belarmino. Y hacía esfuerzos por desenredar la voz azul de Angustias de entre la madeja polícroma del coro. No, no cantaba Angustias.
Con toda franqueza, y explicándolo todo satisfactoriamente por medio de una intrincada madeja de sofismas, Reyes reconoció que los afectos naturales, puramente humanos, eran los más fuertes, los verdaderos, y que él era un místico de pega, y un romántico y un apasionado de verdad. ¡Ay!, separarse de Serafina, a pesar de aquella tibieza con que su espíritu la trataba de algún tiempo a aquella parte, era un dolor verdadero, de aquellos que a él le horrorizaban, de los que le daban la pereza de padecer. ¡Era tan molesto tener el ánimo en tensión, necesitar sacar fuerzas de flaqueza para aguantar los dolores, los reales!
Palabra del Dia
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