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Actualizado: 21 de mayo de 2025


Esta insufrible hambre macilenta Que tanto nos persigue y nos rodea, Hacen que en vuestro parecer consienta, Puesto que temerario y duro sea, Muriendo, escusaremos tanta afrenta; Mas quien morir de hambre no desea, Arrojese conmigo al foso, y haga Camino á su remedio con la daga.

Comenzó la misa ante la imagen de san Ignacio, del lado de allá de la reja; la de Albornoz, flaca y macilenta, paseó a poco la vista por todas partes, buscando algún sitio en que sentarse, y no hallándolo, hízolo humildemente en el suelo, sobre las frías losas; un anciano, pobre mendigo de Azpeitia, levantóse al punto del extremo de un banco y quiso cederle su puesto; mas ella, agradeciéndoselo con cariñosa sonrisa, no aceptó.

La corona de espinas del martirio Ensangrentó tu macilenta faz, Como á Jesus clavado en el madero Porque dijo: «vivimos para amar». Ignoto y melancólico pasaste Para volar al cielo á descansar; Porque el genio es un pobre jornalero Que fecunda la tierra con afan, Y la hace producir sabrosos frutos Que no es dado á sus labios el gustar.

Y él estaba como un hombre primitivo en el interior de una torre bárbara, sin otro signo de civilización que aquella luz macilenta que sólo servía para hacer más visibles las tinieblas, rodeado de un silencio trágico, como si el mundo se hubiese dormido para siempre. Adivinábase al otro lado del muro de piedra la sombra preñada de misterios y peligros.

A todas partes, menos allí. Y como hombre que ha caído tan hondo, tan hondo que ya no puede sentir remordimientos, apartó su vista del incendio para fijarla en aquella luz macilenta; luz de cirios que arden sin brillo, como alimentados por una atmósfera en la que se percibe aún el revoloteo de la muerte. ¡Adiós, Pimentó! Bien servido te alejas del mundo.

Por un impulso irresistible, hondamente conmovida, casi sin darse cuenta, sin reflexionar y sin vacilar también, como no vacila ni reflexiona lo que se mueve impulsado por una fuerza fatal, doña Luz acercó suavemente el rostro al del Padre, y puso los labios en su frente macilenta, y luego en sus dormidos párpados, y luego en su boca, ya contraída, y los besó con devoción fervorosa, como quien besa reliquias.

Así que, la ciencia pudo decir á todos: «Acudid, pueblos, acudid, agobiados trabajadores, acudid, jóvenes mujeres de fuerzas agotadas, criaturas castigadas con los vicios de vuestros padres; acércate, macilenta humanidad, y díme francamente, á presencia del mar, lo que necesitas para reanimarte. Ese principio reparador, sea cual fuere, el mar lo posee

La regularidad y noble simetría de todas las facciones infundían amor y respeto; pero las angustias del patíbulo, los horrores de la agonía, los tormentos todos estaban marcados en aquella cara flaca y macilenta, y en aquel pecho y en aquel costado herido por la lanza.

Presentábanse los primeros madrugadores temblando de frío, y luego de apurar la copa de alcohol o el café de «a perra chica», continuaban su marcha hacia Madrid a la luz macilenta de los reverberos de gas. Acababa de abrirse el fielato y los carreteros se agolpaban en torno de la báscula. Los cántaros de estaño brillaban en largas filas bajo el sombraje de la entrada.

Y mujer macilenta, Forcejeando en ánsias ya mortales, Contra el lúbrico abrazo del falsario En sus horribles crápulas letales... Con sus órbitas huecas De carcomido sátiro en lujuria Que arranca, atroz, horripilantes muecas En la tragedia de bestial injuria. Así lanza Rizal su primer reto Al amor monacal en esqueleto... Y ya a Dámaso Ponce le vengaba Y a su historia infeliz se anticipaba.

Palabra del Dia

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