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Actualizado: 4 de junio de 2025
Aresti, ante este desgarrón de la corteza terrestre que mostraba al aire sus entrañas, recordaba las formas y colores de las piezas anatómicas reproducidas en sus libros de estudio. Las calizas blanqueaban como huesos; las fajas de mena rojiza tenían el tono sanguinolento de los músculos, y las manchas de tierra vegetal eran del mismo verde musgoso de los intestinos.
La misma envidia le impulsó á buscar quimera al inofensivo boticario. Hubo muchos gritos y algunos pescozones. Pero el recaudador, que andaba ya cerca del período heroico, separó con toda la energía de sus músculos á los contendientes, aunque al hacerlo el exceso mismo de su energía, sin duda, le hizo dar con el cuerpo en el suelo.
La imaginación tiraba de él con la pesadumbre de una bala de artillería. ¡Tío... tío! Y se agarraba convulsivamente á la dura isla de músculos barbuda y sonriente. El tío emergía inmóvil, como si clavase en el fondo sus pies de piedra. Era igual al promontorio cercano que obscurecía y enfriaba el agua con su sombra de ébano. Así pasaban las mañanas, dedicados á la pesca y la natación.
No podía comprender que este mozo pequeño, enjuto y enclenque en apariencia inspirase miedo á nadie. Lo contempló con una curiosidad algo irónica desde la altura de su corpulencia; le acarició los brazos con sus manazas, sonriendo al encontrar inmediatamente el hueso bajo los músculos nervudos pero delgados. Un recuerdo surgido repentinamente en su memoria hizo esta sonrisa más insolente aún.
De esta manera, el maestro ha dado la vuelta al estudio rectificando los lienzos de todas las señoritas y repartiéndoles cumplidos, como se ofrecen bombones a los niños de las escuelas primarias. Todas están encantadas. Pero no acuso bastante los contornos, ¿verdad? LORENZA. ¡Ni acuso bastante los músculos...! ¡Ay! ¡Conozco mis defectos...!
Aquí, como en todas partes donde la gente pobre tiene muchos más perros de los que puede mantener, las casas son todas las noches merodeadas por perros hambrientos, a que los peligros del oficio un tiro o una mala pedrada han dado verdadero proceder de fieras. Avanzan al paso, agachados, los músculos flojos. No se siente jamás su marcha.
En el momento que vamos a permitir a nuestros lectores que entren en el pabellón, don Salvador y Juanito se hallaban haciendo lo que en el lenguaje técnico de los gimnasios se llaman poleas, ejercicio que desarrolla los músculos de los brazos, ensancha el pecho y abre el apetito.
Fue allá y la desató, empleando en ello bastante tiempo; la cuerda daba tantas vueltas alrededor de su pequeño cuerpo como si fuese un baúl liado. Mas al tiempo de levantarse la niña, no pudo. Sin duda hacía algunas horas que estaba en aquella dolorosa postura; los músculos, se habían anquilosado. ¡Arriba zancas! dijo bromeando, mientras la ayudaba a levantarse.
Petra había cuatro criadas: dos, zagalonas aún, duras en el trabajo, de apretadas carnes y músculos de acero, las cuales eran de las que llaman por allá de cuerpo de casa, esto es, que servían para fregar, aljofifar, enjalbegar y tenerlo todo saltandito de limpio; otra, ya más granada, aunque moza también, que cosía, zurcía y planchaba la ropa, y otra que guisaba los más castizos y sabrosos guisotes de la tierra, y que sabía hacer almíbares, cuajados, pastelillos, arrope y gachas de mosto.
El cabello negro y áspero tenía bastantes canas, y generalmente se veía la potente cabeza apoyada en una mano negra, tostada, cuyas venas retorcidas y tendones y músculos recordaban la mano que D. Quijote enseñó a Maritornes cuando lo colgaron del tragaluz de la venta. En un velador cercano tenía el guerrillero medicinas que tomaba cartas que leía, tabaco, un libro, un rosario y una pistola.
Palabra del Dia
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