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Actualizado: 29 de mayo de 2025
Lo había visto más demacrado que nunca, con unos ojos de fiebre: pero ¡ay, aquella máscara impalpable de vanidad juvenil, de triunfo, de satisfacción, que irradiaba en torno de su cabeza un nimbo de gloria!... En la noche, Toledo se vió repelido bruscamente por su príncipe al intentar comunicarle una carta que había recibido de París.
Al frente de la compañía ondeaba la bandera romana con su inscripción senatorial, meciéndose al compás de los redobles del tamborcillo como todas las filas de legionarios. Un personaje de suntuosidad imponente contoneábase con la espada en la mano al frente de este ejército. Gallardo lo reconoció al pasar. ¡Mardita sea! dijo riendo bajo su máscara . No me van a hacé caso.
¡Hipocresía! ¡Refinamiento de maldad! interrumpió D. Fadrique. ¿Y V. no la ha amenazado con mi venganza? ¿No le ha dicho V. que estoy determinado á todo; que le arrancaré la máscara; que se acordará de mí; que la burla que de mí hace no quedará sin afrentoso castigo?
Como si le hubieran arrancado la máscara de despreciativa y soberbia dureza, sus pálidas mejillas, sus labios entreabiertos y sus ojos extraviados expresaban el dolor, el miedo, el remordimiento, un sentimiento que Ferpierre no podía aún precisar, pero que sin duda era muy penoso. ¿Lo siente usted?... ¡Debe usted amarlo mucho!
Suelta el cetro de caña con que riges el engañoso mundo que posees, y sombras vanas con afan diriges. Deja caer la máscara arrogante con que encubres tu bajo pensamiento de bien y de grandeza vergonzante. Hipócrita insensato, que de soberbia en insondable abismo, en tu loco arrebato te mientes la grandeza áun á tí mismo.
¡No somos mas que ocho! dijo uno de los heridos, muy tranquilo, al parecer, pero a quien chispeaban los ojos bajo una máscara de bronce. ¿Cómo ocho? Vea usted, mi sargento, que estos dos están a punto de hincar el pico... y sería perder esos víveres... El viejo sargento los miró. ¡Es verdad! dijo el guía ; hagamos ocho partes.
Porque el estilo, quien quiera que leyere las unas y las otras con un poco de atención, no le juzgará diferente, como ni una persona vestida de máscara, por mucho que se quiera disfrazar, podrá dejar de ser conoscido, yo diré francamente la verdad. Todas cuantas cartas andan en nombre de otros con las mías, son desa mi pluma grosera, tal cual la que me cupo por suerte.
Estaba perfumada su estancia, y lucían en ella los primorosos presentes de sus antiguos amadores y el lujo de la plata labrada. Don Jacinto no dejó de acudir a la cita. Era ya otro hombre. Había desechado la máscara del misticismo. Hasta el recuerdo de la fealdad y de la tontería de su consorte estimulaba su liviano deseo. Para disculpar su ingratitud, brotaron de sus labios entrecortadas frases.
Cuando pretende nuestro amor un desconocido, éste oculta bajo su negro frac un tipo convencional y no pudiendo nosotras leer en un rostro humano, si no logramos adivinar lo que encubre su máscara resulta que no conocemos al marido hasta después de casadas. » Entonces, eso es cosa resuelta agregué yo.
Salimos, por fin, de aquella casa, y no pude menos de soltar la carcajada al oír a un máscara que a mi lado bajaba: ¡Pesia a mí! le decía a otro; no ha venido; toda la noche he seguido a otra creyendo que era ella, que hasta se ha quitado la careta. ¡La vieja más fea de Madrid! No ha venido; en mi vida pasé rato más amargo. ¿Quién sabe si el papel de la otra noche lo habrá echado todo a perder?
Palabra del Dia
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