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Actualizado: 2 de mayo de 2025
Busca en la quieta fuente la armonía del agua que hace santa la enorme soledad; busca en la ondulación de la corriente, que a veces llora y otras veces canta, el hondo arcano de la libertad. No interrogues al astro perdido en el zafir, por tu senda o tu rastro, o lo que ha de venir.
EL SACERDOTE. ¡Ah! ¡con ese valor, con esa energía! ¿qué destino hubiera sido el suyo? Es verdad... EL POPULACHO. ¡Oh! el cobarde llora. ¡Muera el cobarde!
Ha partido sin avisar a nadie; hubiera tenido que avergonzarse demasiado. No ha visto siquiera a su madrina, a su madrina que tanto la llora. Yo no la lloro, la indignación no llora; la lloraría si hubiese muerto. Hace cinco días que partieron; no hay nadie en la aldea que no los viese.
La esposa, que ignora la vida secreta de su marido, grita: «¿Qué has hecho, Federico, qué has hecho?...» El responde: «¡Mujer, calla por Dios! Vamos...» El matrimonio sale escoltado por los agentes; la niña, viendo que se llevan á sus padres, llora desoladamente. Una vecina exclama: «¡Pobre hija! ¿Qué será de ella?
Se lo aseguro... Pero hijo; en mí no piense usted; seremos amigos, nada más que amigos... ¿Pero llora usted? Vamos... béseme la mano, se lo permito... como en aquella noche: así. Yo sólo podría ser de usted por el amor, pero ¡ay! nunca llegaré a enamorarme del atrevido Rafaelito. Soy vieja ya: en fuerza de gastar el corazón, creo que no le tengo... ¡Ay, pobrecito bebé mío!
El eslavo reaccionario es brutal, pero tiene el sentimentalismo de una raza en la que muchos príncipes se hacen nihilistas. Levanta él látigo con facilidad, pero luego se arrepiente y á veces llora. Yo he visto á oficiales rusos suicidarse por no marchar contra el pueblo ó por el remordimiento de haber ejecutado matanzas.
...¡No sé!... aquí... no sé qué tengo... ¡ganas de llorar! Llora... así... llora no más... eso te hará bien... Lorenzo lloraba a sollozos, recostada la cabeza en el hombro de Melchor, de cuyos ojos caían silenciosas lágrimas sobre el cabello de su amigo... ...Bueno... ¡ya pasó...! ¡Cuánto te incomodo!... ¡Al contrario!... acabas de darme un alegrón... ¿Esto más?... ¡eres un santo, Melchor!
-Calla, Sancho -respondió don Quijote con voz no muy desmayada-; calla, digo, y no digas blasfemias contra aquella encantada señora, que de su desgracia y desventura yo solo tengo la culpa: de la invidia que me tienen los malos ha nacido su mala andanza. -Así lo digo yo -respondió Sancho-: quien la vido y la vee ahora, ¿cuál es el corazón que no llora?
Serafina me ama, me ama; estoy seguro; llora de placer en mis brazos, no hay fingimiento, no; en la escena no sabe hacerlo tan bien; me quiere de veras, le gusto, le gusto como físico y como moral, digámoslo así. ¿Y dónde cabría mayor gloria que gustarle a ella, a la mujer soñada, a la que él amaba como amante y madre y musa en una pieza?
Y esta intuición, este fenómeno de nuestro ser, no comprendido aún, me decía: «Ella es la que produce esa armonía sentida, dulce, lánguida; esa armonía que gime; esa exhalación; de un alma que sufre y llora como sólo puede sufrir y llorar Amparo, de una manera dulce, resignada, poética: esa es su alma trasmitida por sus dedos a las cuerdas de un instrumento.»
Palabra del Dia
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