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Actualizado: 8 de junio de 2025
«El primer acto cuenta Got, obtuvo muchos aplausos; pero los otros dos fueron silbados y pateados, especialmente el segundo. El peso de la batalla lo llevábamos Agustina y yo. Agustina, que no consigue acoplarse del todo al repertorio moderno, empezó á vacilar, como de costumbre, y acabó por perder la cabeza. Me quedé solo y vencido... ó casi vencido.
Continuamos la marcha y llevábamos recorrida más de la mitad del camino, unas nueve leguas, cuando Sarto se detuvo repentinamente. ¿Oye usted? me dijo. Escuché atentamente. A lo lejos, detrás de nosotros, resonaban pisadas de caballos. Eran entonces las nueve y media y en el silencio de la noche la fuerte brisa que se había levantado traía muy distintamente hasta nosotros aquel rumor lejano.
¡Llevábamos treinta y tres días de navegación, y escasamente habíamos andado 23°. Para estar á la vista de Guaján, nos restaba unas 120 millas. Los víveres iban escaseando, y el agua había que refrescarla constantemente con la que se recogía de los aguaceros, tan comunes en aquellas latitudes.
En tanto, parece que la Providencia nos favorecía, pues el viento, propicio a la marcha que llevábamos, impulsaba a nuestra fragata, y tras ella, conducido amorosamente, el navío se acercaba a Cádiz. Cinco leguas nos separaban del puerto. ¡Qué indecible satisfacción!
Llevábamos ya más de una hora de subir y aún nos faltaba un buen tramo para llegar a la cumbre que habíamos de trasponer.
Prosigue D. Álvaro de Sande. Quiso Dios que el día siguiente, que fué á 2 de marzo, no solamente se mejoró el tiempo para ir á nuestro viaje; pero refrescó tanto al contrario, que partiendo con él para los Gelves, conforme á la determinación que se había tomado, que en menos de diez días fuimos surtos al cabo que llaman de Valguarnera, que es lo último de la isla á la parte de poniente, y donde es la parcialidad más enemiga de turcos, y era la obstinación de los tiempos malos tanta, que estuvimos sin poder desembarcar cinco días; y contra la opinión que llevábamos, no solamente á los moros les pesó de nuestra ida allí, pero nos negaron las vituallas, y el día siguiente, que nos desembarcamos, que fué á los 8 de marzo, por defendernos los pozos, dieron la batalla; y acampándose juncto con nosotros, estuvieron cinco días, hasta que visto que el Duque quería volver á pelear con ellos, se rindieron y sometieron á la devoción de V. M., echando los turcos del castillo é entregándole, é con las demás condiciones que V. M. habrá visto.
Pues con todo ello y con lo penoso que era de andar el camino que llevábamos, por lo resbaladizo del suelo y la multitud de obstáculos que nos oponían los desbordados arroyos, no me iba pareciendo largo.
Aún llevábamos en nosotros las marcas del origen. Había que reírse del Dios personal de los judíos, que había modelado en barro al hombre, lo mismo que un estatuario. ¡Desdichado artista! La ciencia señalaba en su obra descuidos y chapuces, sin que él pudiera justificar tales faltas.
El barco de guerra se dió cuenta de la estratagema y comenzó a dispararnos cañonazos; pero sólo nos hicieron sus granadas algún agujero en las velas. Tristán, el de la cicatriz, propuso que contestáramos con el fuego de uno de nuestros cañones; pero el capitán le ordenó enmudecer. A la mañana siguiente sacamos velas del pañol y substituímos las que llevábamos rotas.
Llevábamos un ancla pequeña de cuatro uñas, atada a una cuerda, y un achicador consistente en una pala de madera para sacar agua. Iríamos dos remando y uno en el timón, y nos reemplazaríamos para descansar.
Palabra del Dia
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