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Actualizado: 9 de junio de 2025
Tú no te separas de aquí, y si despierta el niño, le arrullas y le meces, diciéndole que yo vendré en seguidita... Cuidado cómo te separas de él. Oye; mientras yo esté fuera, no abres a nadie... Mejor será otra cosa; yo cierro dando las dos vueltas y me llevo la llave.
En aquel momento un hercúleo campesino lanzó contra él enorme piedra, que le dió de lleno en la cabeza y lo tendió sin sentido á los pies del barón. ¡Esta es para mí la mejor llave! rugió Tristán; y levantando la pesada roca la lanzó á su vez con irresistible fuerza contra la puerta de la torre.
Esto se decía pronto, pero hacerlo ofrecía serias dificultades. ¿A dónde daba el balcón del tocador? Al parque. ¿Cómo se podía entrar en el parque? Por la puerta. ¿Pero quién tenía la llave de la puerta? Una, Frígilis; con esta no había que contar. ¿Y la otra? Don Víctor.
A media noche, cuando todos dormían, di un adiós, un cruel adiós á mi retiro, á aquella vieja torre ¡en que tanto había sufrido, donde tanto había amado! y me deslicé en el castillo por una puerta excusada, cuya llave me había sido confiada.
Se habría podido creer que había muerto o bien que se había fugado. Una inquietud me asaltó, me puse de rodillas delante del ojo de la llave, y rogué, supliqué, hasta amenacé con llamar a nuestros padres si ella persistía en no dar signos de vida. Entonces se decidió a contestarme.
El dueño de la casa le contempló todavía unos instantes. Luego sacó del bolsillo una llave, abrió un cajón de la mesa, sacó unas monedas de oro y, alargando la mano, las depositó silenciosamente en la del sacerdote. Dios se lo pague a usted, señor dijo éste. No había más remedio que retirarse. D. Álvaro no decía una palabra ni le invitaba a sentarse.
Hay además en la calle de Don Pedro, esquina á la de la Flor, una casa deshabitada, de cuya puerta es esta llave. Y Quevedo dió al duque una llave que el duque puso sobre la mesa.
Pero le hace dar dos o tres vueltas entre los dedos, y finalmente, con una alegre explosión de risa: ¡Qué diablo! no es la misma. Se acerca a la puerta y compara, meneando la cabeza, el agujero de la cerradura con el tamaño de la llave; después, con movimiento rápido, mete la llave en el ojo. ¡Pues entra!...
Allí está cautiva Adela, bajo una triple llave de la que ese doméstico es el único depositario, porque Montbreuse, fiel a su hipocresía, afectaba aún no comunicarse con Adela más que por medio de mensajes apasionados, y que era hoy cuando, por primera vez, debía presentarse a sus ojos.
Pero ellas están espiando por el ojo de la llave... ¡Largo de ahí, escuerzos!... ¿Siente usted como escapan? ¡Je, je!... ¡estas mujeres!... ¿Cómo enojarse, señores? No fui capaz de eso. ¿Tengo el cuero demasiado grueso? En fin, no pude hacerlo. ¿Qué figura tenía el hombre?... No me pasaba una línea de la cintura.
Palabra del Dia
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