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¡Las locas! Estamos en el lugar espeluznante de aquel Limbo enmascarado de mundo. Los hombres inspiran lástima y terror; las hijas de Eva inspiran sentimientos de difícil determinación. Su locura es, por lo general, más pacífica que en nosotros, excepto en ciertos casos patológicos exclusivamente propios de su sexo.

Su señoría ilustrísima bautizo a los niños moros, que aguardaban su venida, como los padres del Limbo el santo advenimiento, y confirmó a los no confirmados, que se contaban a centenares, entre ellos no pocos harto talludos. Doña Inés se lució dando hospedaje al señor obispo, y este se fue del lugar muy maravillado y gozoso de la magnificencia y primor con que allí se vivía.

Añadía el padre Arce que por él no había de ir otra almita al limbo, que no se sentía con hígados para hacer un feo a antojos de mujer encinta. El vicario foráneo se vió de los hombres más apurados para dar su fallo, y solicitó el dictamen de Matalinares, que era a la sazón fiscal de la Audiencia de Lima.

Mejor hubiese sido para él no asomar al mundo, permanecer en el limbo de los privilegiados que no llegan a formarse. Semejante al escudero de Don Quijote, que, cuando al fin se vio en las abundancias de Barataría, tuvo al lado un doctor Recio para contrariar sus apetitos, el pobre ser no podía gozar en completa libertad las dulzuras de la escasa vida que le restaba.

El joven repetía con obstinación su frase, como el que, acostado, masculla sin cesar la misma oración para aturdirse y coger el sueño; y poco a poco, como hipnotizado por la brillantez del paisaje, fue sumiéndose en un limbo de quietud contemplativa.

Ana oró, con fervor, como en los días de su piedad exaltada; creyó posible volver a la fe y al amor de Dios y de la vida, salir del limbo de aquella somnolencia espiritual que era peor que el infierno; creyó salvarse cogida a aquella tabla de aquel cajón sagrado que tantos sueños y dolores suyos sabía....

Ahora, he aquí la carta de mi amiga Rosalía: «Los Carpinchos», julio 15 de 1916. Queridísima Marianela: No te puedes figurar cuánto te recuerdo desde este retiro de «Los Carpinchos» donde voy pasando el invierno, si no como en la gloria, por lo menos como en el limbo, que es el lugar intermedio entre la gloria y el infierno. No hay que ser ambiciosa, queriendo alcanzar el cielo de un solo golpe.

Oyose en la sala una retahíla que parecía oración o romance de ciego; oyéronse bostezos, sobre los cuales trazaba cruces el perezoso dedo.... La familia de piedra dormía. Cuando la casa fue el mismo Limbo, oyose en la cocina rumorcillo como de alimañas que salen de sus agujeros para buscarse la vida.

Cuando esta memoria fué escrita, el Salado marcaba el limbo exterior de la provincia de Buenos Aires, sin que le sirviese de barrera contra los bárbaros, que penetraban hasta los arrabales de la ciudad; y por consiguiente otra causa de este atraso era la inseguridad de la campaña, que el Gobierno no se ocupaba de amparar, por mas que se formasen planos de defensa. Los indios aprovechaban esta indolencia, y talaban los campos para suplir

Al entrar en la habitación del torero, éste, que parecía sumido en el limbo de su debilidad, abrió los ojos y le reconoció, animándose con una sonrisa de confianza. Ruiz, luego de escuchar en un rincón los susurros de los médicos que habían hecho la primera cura, se aproximó al enfermo con aire resuelto. ¡Animo, buen mozo, que de ésta no acabas! ¡Tienes una suerte!...