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Actualizado: 23 de julio de 2025


Así puede decirse, pues tal era su idea. Se figuraba que tenía en la mano una de aquellas mangas de riego que había visto en las calles, y que, apuntándola a D.ª Laura, arrojaba sobre ella, en forma de inundación, todo el desdén que puede caber en un corazón tan grande como el depósito del Campo de Guardias.

Y no hables tanto, ahora; volverá a subirte la fiebre. En esto bajó Zoraida para pedir a Julio que hiciera compañía a la abuelita. Era preciso tranquilizarla de cualquier modo; ya resultaban inútiles los esfuerzos que ella y Eduardo hacían para darle a entender que no tenía gravedad el estado de Laura. A toda costa quería que la bajaran en una camilla.

Al fin, en voz baja, mirándola atentamente y como si procurase arrancarla de un mal sueño: Pero de cualquier modo, tu casamiento es un absurdo. ¿Qué obligación es esta de casarte con Muñoz? ¡Oh, repuso Adriana, no relacionas las cosas, no sabes, no te pones en mi caso! ¡Y casarte así, con este apuro, a la carrera, como si te persiguiera la muerte! La muerte mía no, pero la muerte de Laura.

Isidora no simpatizaba con el mimado hijo de los Relimpios. Aquella hermosura tan ponderada por D.ª Laura parecíale a ella ordinaria, y los modales y vestir del joven afectados y cursis. En cuanto a las altas cualidades morales y mentales con que, en opinión de la familia, estaba agraciado por Dios, Isidora no comprendía nada. Parecíale el más desaforado holgazán, el más bárbaro egoísta del mundo.

Después de haber hablado algún tiempo sobre ello, decidió la condesa ir á pie para confundirse con la muchedumbre de los romeros y participar de todos los placeres y molestias de este género de regocijos. Salieron poco después de almorzar. Laura llevaba un gracioso traje corto de rayas blancas y verdes, ligeramente descotado en forma de corazón.

Cuando él hablaba, fingía distraerse, le dejaba conversando con Zoraida y llevándose a Laura al otro extremo del salón, se ponían a hojear el álbum de los retratos abierto sobre la falda de ambas. Sentía, sin saber por qué, la necesidad de mostrarle indiferencia. Sin embargo, no advertía en Julio señal alguna de que esta actitud le afectara.

Más valía no verla... Pero ella se levantaría temprano y fregotearía bien la cómoda, el lavabo de tres patas y haría maravillas de orden y limpieza... Después compraría una corbata bonita... Rogaría a D.ª Laura que la dejase traer de la sala dos sillas de damasco con sus fundas de percal... En fin... No contenta con pensar lo que pasaría al siguiente día, pensó los sucesos del tercer día y los del otro y los del mes próximo, y los del año venidero, y los de dos, tres o cuatro años más.

Carmen se demostraba celosa de aquella amistad e interrumpía las pláticas de Adriana y Laura protestando: Hemos tenido la dicha de encontrar este encanto de amiga y te la quieres acaparar como si fuese únicamente tuya.

Concluídos los Padre-nuestros, D. Álvaro se hincaba de rodillas en el suelo, y las mujeres se levantaban para hincarse también, con un rozamiento de enaguas que infundía siempre en el corazón de Laura la especial satisfacción que proporciona una tarea concluída. El rosario iba á terminarse.

Laura tuvo amores con el conde y se casó con él en medio de un estupor que no la dejaba ver lo que pasaba en el fondo de su corazón.

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