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Actualizado: 23 de noviembre de 2025


Ese día medité mucho, y al fin saqué la conclusión de que no era él bastante inteligente para que no hubiera el peligro de que después me decepcionara... Pero verás lo que sucedió con Laura y José Luis. Se entendieron para pasar una temporada en la estancia de un tío nuestro; también él era amigo de nuestro tío y el año anterior había ya estado en la misma estancia.

Adolfo repuso: No bien... Creo que cuarenta años. ¡Cuarenta años! exclamó Coca. Pues se lo dejo a Laura. Arreglando la casa para recibir la visita anunciada, Laura y Coca conversaban y se divertían a costa del candidato todavía desconocido...

Porque "eso", textualmente, ya se lo escribió usted a Laura en una carta hace años. Se puso todo colorado. Un poco de caso le estoy haciendo, claro está. Pero no creas que Laura se ha resentido. Al contrario, me estimula. ¿Sabes que ahora tampoco la comprendo a Laura? Algo raro debe pasarle. Creo que a José Luis le tiene desprecio. Y está delgadísima, la pobre.

«La desgracia no viene sola pensaba Adolfo. ¿Qué nos esperará después de estos nuevos golpes? ¿O habrá terminado ya la «racha negra»?... Pues la «racha negra» no había terminado, y otro golpe le esperaba todavía: fracasó en sus negocios y se enfermó del pecho... Dejándose vencer del desaliento, pronto hubiera muerto también Adolfo, sin la enérgica y generosa decisión de su hermana Laura.

Con ser tipos perfectos de la miseria disimulada, las niñas de D. José se habrían horrorizado de que se les propusiera casarse con un hábil mecánico, con un rico tendero o con un propietario de aldea. Doña Laura misma, hecha ya al vivir miserable, barnizado y compuesto para que no lo pareciese, no pensaba en alianzas denigrantes.

Claro que no, Julio. Y Laura, excitada, embellecía extraordinariamente. Sus ojos arrojaban un brillo cada vez más febril. ¡Laura! llamó Zoraida desde arriba. ¿Qué quieres, Zoraida? preguntó ella con tono de júbilo. ¿Con quién estás? Con Julio. Ya iremos. Luego, subiendo la escalera, su rostro recobró la calma, y dijo a Julio en voz baja: Ya ve usted que no hay motivos para sufrir, ni usted ni yo.

De esta batalla resultó que, poniéndose en guardia contra su propia persona, Laura tomó la decisión de no oponerse al casamiento de Coca... El candidato era bueno; nada tenía que objetarle. Fue así que una noche, en la intimidad de la alcoba, cuando estaban ya acostadas, hizo Coca a su hermana la esperada confidencia. Vázquez la pretendía, ella lo aceptaba...

Cuando refirió cómo ella y Carmen fueron sorprendidas por Laura en la lectura del triste diario, a Raquel se le anublaron los ojos y por largo rato quedó muda, sin acertar con la manera de encarar la situación.

Aquello fue un recíproco coup de foudre... Pérez le declaró su pasión... Coca no pudo aceptarlo; le dijo que esperase y se echó a llorar... Y lloró sin cansarse en brazos de Laura, que muy solícita la consolaba... No hubiera acaso hallado fin aquel llanto, si no se presentara pronto don Mariano...

Cuando terminó la sonata, ambos quedaron un rato en silencio, oprimidos por ese inexplicable deseo que la música infunde, de una dicha excesiva, superior a la condición humana. Ella echó sobre Julio una rápida mirada; estaba un poco pálido y tenía los ojos húmedos, absortos en ella; sus palabras, al reanudar la conversación, tomaron el dejo humilde. En esto apareció Laura.

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