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Actualizado: 5 de julio de 2025


Dícenmelo, respondió él, vuestros divinos ojos, que en vano de se apartan para no verme, porque con más afición y más encendidos rayos de amor, ¿qué digo? de gloria, a mirarme tornan; dícemelo vuestro hermoso seno, que los amantes latidos de vuestro corazón mueven; dícemelo vuestra voz enamorada, que en vano pretende remedar al enojo; dícemelo, en fin, mi deseo, señora mía, porque si vos no me amaráis, tormento insoportable sería para la desesperada memoria de vuestra adorada imagen, muerte mi vida, infierno mi esperanza.

Aquello que se llamaba en los libros la poesía, se le había muerto a él años atrás; ya lo creo, hacía muchos años.... ¡Las estrellas! ¡qué pocas veces las había mirado con atención desde que era canónigo!... De Pas se detuvo, se descubrió, limpió el sudor de la frente y se quedó mirando a los astros que brillaban sobre su cabeza sumidos en el abismo de lo alto. «Tenía razón Pitágoras; parecía que cantaban». En aquel silencio oía los latidos de la sangre de su cabeza... y también se le figuró oír otro ruido... así como de campanillas que sonasen muy lejos.... ¿Eran ellos? ¿Eran los coches que volvían?

Un ligero carmín lo coloreó; la sangre y la vida circulaban por sus venas... Y, entretanto, sentíase bañado por mis lágrimas, y percibía los latidos de mi corazón, que, a mi pesar, le ponían de manifiesto mi alarma y mi amor. »¡Angel del cielo! exclamó. ¡Eres quien me llama y quien busca mi alma!

Dominando el rumor del aire entre los pinos que agitaba, el murmullo de la rápida corriente del río y el chisporroteo del fuego, oyose un grito agudo, quejumbroso, un grito al que no estaban avezados los habitantes del campamento de Campo Rodrigo. Las hojas cesaron de gemir, el río cesó en su murmullo y el fuego de chisporrotear: parecía como si la Naturaleza hubiese suspendido sus latidos.

No había hombre más azucarado y mantecoso en conversación con las damas, ni jamás tuvo galán un surtido más numeroso de requiebros para soltarles. En casi todos ellos jugaba mucho papel el fuego de la pasión, la pérdida del albedrío, el aliento perfumado, los latidos del corazón y otras cuantas lindezas análogas, todas trasnochadas. Esto en cuanto a las señoras.

No me contestó; llevóse las manos al pecho, y fijó la mirada en una cestilla que tenía delante. Angelina... supliqué. ¡Silencio! ¡Silencio horrible! La emoción la ahogaba. Oía yo los latidos de su corazón. Angelina, una palabra.... ¡Una palabra, por piedad!

Fuera de aquella cáscara de piedra reinaba la noche, una noche lóbrega, de profundo misterio. Al través de los muros parecía filtrarse ese solemne silencio que cae de lo alto, y en el cual los ruidos más leves adquieren proporciones pavorosas, como si el rumor se escuchase a mismo. Creía percibir Febrer los latidos de la circulación de su sangre en esta calma profunda.

El hierro es generalmente su antídoto, y casi siempre en este caso, la astenia nerviosa determina una sensibilidad escesiva por la accion de los estimulantes esteriores, y de los latidos, de las bocanadas de calor en las partes superiores.

En este día extraordinario, había sin embargo una cierta inquietud y agitación singular en todo el sér de la niña, parecidas al brillo de los diamantes que fulguran y centellean al compás de los latidos del pecho en que se ostentan.

¡Y yo exclamó Antonia, aquí en esta casa desierta me quedo con mi hermana... y con el remordimiento de mi amor! agregó separándose de la ventana para no ver la partida de los coches y con la mano puesta sobre el corazón como queriendo amortiguar sus latidos. «Lille, 16 de septiembre.

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