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Actualizado: 3 de mayo de 2025
6 Pero si fuere casada, e hiciere votos, o pronunciare de sus labios cosa con que obligue su alma; 7 si su marido lo oyere, y cuando lo oyere callare a ello, los votos de ella serán firmes, y la atadura con que ligó su alma, será firme.
Benita la costurera moja una toalla en la jofaina que trajo llena de agua caliente, y comienza a lavar el rostro de la muerta. Entre los labios azulencos renace siempre una saliva ensangretada, bajo la toalla con que los refriegan aquellas manos irreverentes, picoteadas de la aguja, y la cabeza lívida rueda en el hoyo de la almohada.
17 El que habla verdad, declara justicia; mas el testigo mentiroso, engaño. 21 Ninguna iniquidad alcanzará al justo; mas los impíos serán llenos de mal. 22 Los labios mentirosos son abominación al SE
A la tercera o cuarta llamada, Fortunata movió ligeramente los párpados, y desplegando los labios, apenas dijo: «Nene...». xiv «¡Caracoles!, esta mujer se va... ¡Y yo solo aquí con ella!, y el crío allá abajo. ¡Van a decir que le he robado! Anda, los ladrones serán ellos. Que digan lo que quieran. ¿A mí, qué? Les presento el papelito firmado por ella, y en paz. ¡Pobre mujer!
» ¡A qué respetos faltaba!..., ¡a quién ofendía con ello! ¡Y a mi se me amontonaban en tropel las respuestas que estaban reclamando aquellas preguntas inconcebibles en labios tales; corolarios artificiosos, o, cuando menos, muy mal deducidos de unas teorías repugnantes a mi naturaleza de mujer de honradas inclinaciones y a mis sentimientos de enamorada!
«¿Por qué no has aprendido a echarte a su cuello cantando, desde que vuelve a su casa y, con la sonrisa en los labios, a borrar con un beso las arrugas de su frente?
Sin embargo, su flexible cuerpo conservaba los resabios de la tentación y de la danza, y sus pies desnudos se movían cadenciosos como si hicieran oír todavía el martilleo de las ajorcas. La palidez de su rostro daba terror y sus labios enseñaban los dientes con esa sonrisa incomprensible que suele asomar a la boca de los cadáveres.
Era la biblioteca de un Ulloa, un Ulloa de principios del siglo: Julián extendió la mano, cogió un tomo al azar, lo abrió, leyó la portada... «La Henriada, poema francés, puesto en verso español: su autor, el señor de Voltaire...». Volvió a su sitio el volumen, con los labios contraídos y los ojos bajos, como siempre que algo le hería o escandalizaba: no era en extremo intolerante, pero lo que es a Voltaire, de buena gana le haría lo que a las cucarachas; no obstante, limitóse a condenar la biblioteca, a no pasar ni un mal paño por el lomo de los libros: de suerte que polillas, gusanos y arañas, acosadas en todas partes, hallaron refugio a la sombra del risueño Arouet y su enemigo el sentimental Juan Jacobo, que también dormía allí sosegadamente desde los años de 1816.
Mordióse los labios el fraile, y al cabo de un momento dijo al pastorcillo: Pareces muy despierto, y tal vez pudiera yo hacer algo por ti. ¿Cómo te llamas? ¡Otra! ¿Pues, no pregunta cómo me llamo?... De ninguna manera. Los que me llaman son los que me necesitan. Tienes razón, niño, tienes razón. Y ese angosto sendero que penetra en el bosque ¿adónde va?
Sentíase bella y gozábase de ello, dejando entrever la blancura de sus dientes, por entre la púrpura de sus labios ligeramente abultados.
Palabra del Dia
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