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Actualizado: 3 de mayo de 2025


Brillaron sus ojos con los reflejos siniestros de una bestia salvaje, temblaron sus labios, contrajese espantosamente su rostro, y arrojando lejos de la pistola, saltó como un tigre sobre el traidor. El Duque no resistió el choque de aquel coloso y cayó rodando. Gonzalo se puso a brumarle las costillas con los pies, lanzando rugidos. Los padrinos acudieron corriendo a sujetarle.

Un ligero movimiento de la mano me indicó que despertaba, y me levanté prontamente por miedo de disgustarlo. Fijó entonces en sus ojos penetrantes y me dijo con una semisonrisa en los pobres labios quemados por la fiebre: ¿Por qué interrumpes tus oraciones cuando te miro? ¿Me tomas por un tirano? Ruega a Dios, si eso te consuela, hija mía; pero, entonces, no llores.

Tras ella, Su Eminencia el cardenal llevó también mi mano a sus labios y me presentó una carta autógrafa de Su Santidad, ¡la primera y la última que he recibido de tan elevado personaje! Vino después el duque de Estrelsau.

Aquella mujercita sería, hasta parecer esquiva con la generalidad de los compradores, reservaba las sonrisas y el agrado para los escritores y cómicos, a quienes en el fondo de su imaginación no veía según la realidad, sino que pensaba en ellos como en seres superiores, de cuyos cerebros surgían y en cuyos labios tomaban vida todos los lances, intrigas, amores y aventuras que le encantaban el ánimo.

Es un literato que desdeña las letras, y a quien la política, como Minotauro implacable, ha devorado sin remedio. Escribirá aún de vez en cuando, quizá, pero lo hará con la sonrisa de escepticismo en los labios, y como calaverada de gran señor.

Ese anciano vive aún, legítimamente rodeado del respeto colectivo, pero sus labios no han vuelto a sonreír.

Pero juro por mi santo patrón que tan bien como conozco yo á mi primo de Navarra me conocerá él á muy pronto. ¡Falso!... ¡Señor, permitidme recordaros que si tales palabras fuesen pronunciadas por otros labios que los vuestros, yo exigiría retractación inmediata! dijo el de Carra, trémulo de indignación.

Usted es desesperante, señorita, y es acaso por causa de eso por lo que... ¡Cuidado! creo que a sus labios asoma una majadería. ¿Una majadería? Califico así, de una manera un poco general, todo lo que me parece inoportuno, falso... Le juro... ¡Ah, un juramento! ¡Ese es juego conocido, señor Martholl!

Apretaba la frente contra los pies del Redentor, respirando ansiosamente y con cierta opresión, y sentía latir en sus sienes la sangre con singular violencia, mientras el dorado y sutil vello de su nuca se levantaba de un modo imperceptible a impulso de la emoción que la embargaba. De vez en cuando sus labios, pálidos y trémulos, decían en voz baja: ¡Sigue, sigue!

El que salió chiquillo volvía hecho un mancebo; venía crecido y guapo; negro bozo le sombreaba los labios; no había malogrado tantos afanes, y en él cifraban las buenas señoras toda su dicha. Ya estarían disponiéndose para ir a recibirle; ya le tendrían lista la alcoba y la merienda. ¡Ah! , todo quedaría dispuesto y bien arreglado.

Palabra del Dia

bagani

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