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Actualizado: 7 de mayo de 2025
Y en la ciudad misma, como los siete montículos hacen muy desigual el terreno, es forzoso subir ó bajar, por cualquiera calle que se tome, en una especie de círculo vicioso que hace de Toledo la mas extraña poblacion. No puede tenerse idea cabal, sin conocerla, de un laberinto semejante.
El Laberinto es la única producción que de Juan de Padilla se conoce, escrita siendo seglar, pues las otras salieron de su pluma cuando ya era monje en el monasterio de la Cartuja, donde, según expresión de Fernández Espino, «pasó su vida en el solitario claustro... consagrado al estudio, á la contemplación del Altísimo y á ensalzar sus maravillas.»
Pues no soy completamente feliz dijo don Juan. Alumbradme ese concepto á fin de que yo le vea, que tenebroso es y encrucijado y capaz de hacer perderse en un laberinto al más diestro. ¿Mayor felicidad pedís que una mujer toda alma, tan delicada como el alma el cuerpo, y tan hermosa como el cuerpo el alma? ¿qué más blancura que la de la nieve que nadie ha pisado? ¿qué calor más dulce que el de este sol de primavera al que no empañan nubes?...
Cansado de su excursión por la muerta ciudad, Ferragut se sentó en un banco de piedra entre las ruinas de un templo. Miraba el plano puesto sobre sus rodillas, saboreando los títulos con que habían sido designadas las construcciones más interesantes á causa de un mosaico ó de una pintura: villa de Diómedes, casa de Meleagro, de Adonis herido, del Laberinto, del Fauno, del Muro Negro.
«Don José dijo resuelta . Cargue usted a Riquín. Envolvedlo bien en un mantón. Nos vamos ahora mismo. ¡Ahora!» exclamó D. José con espanto. En la puerta del comedor apareció Botín. Después se paseó en el pasillo. Si Isidora estuviera fuerte en Mitología, le habría comparado al Minotauro vagando por las obscuras galerías del laberinto de Creta.
¡Y había que continuar el viaje!; ¡y cuanto más se anduviera, mayor altura se ganaría, y mayores, por consiguiente, serían los rigores de la intemperie! Con estas reflexiones, se le erizaban a don Simón los pocos pelos que tenía. Cuando acabó de vestirse salió en busca de su gente; pero se extravió en un laberinto de salones y pasadizos desmantelados y sin orden ni concierto.
Mis pasos eran cada vez más cortos y más tardos, recorriendo, mareando, el confuso laberinto de las calles, animadas con vivas ráfagas de luz, regaladas de músicas y vibrantes de gritos y carcajadas femeninas. Llegaban las once, y entonces mis pies se movían presurosos por la revuelta calle de Argote de Molina, hasta alcanzar la casa de Gloria.
Cardenio estaba en el mismo pensamiento, y el de Luscinda corría por la misma cuenta. Don Fernando daba gracias al cielo por la merced recebida y haberle sacado de aquel intricado laberinto, donde se hallaba tan a pique de perder el crédito y el alma; y, finalmente, cuantos en la venta estaban, estaban contentos y gozosos del buen suceso que habían tenido tan trabados y desesperados negocios.
Allí le dejaba, y Octavio caminaba solo por la carretera hasta llegar á la villa. El trayecto era breve, como ya sabemos. Nuestro joven, emboscado en un laberinto de pensamientos vagos y risueños, lo convertía en brevísimo. Á tales horas poca gente se hallaba en el camino.
Heraldo de grandezas de la matrona ibérica, que pulsaste la cítara en la española América, y envuelto entre los pliegues de su argentino manto volcaste toda el ánfora de tu lirismo santo, la flor que aroma, clave que trina, el río en calma, como en el laberinto de sus dudas el alma, te brindará su encanto la paz de los cañales, desatará tu rima bajo espesos mangales, te pondrás en el cuello un collar de sampagas, la flor amada de las vírgenes dalagas... Verás, al fin, un breve Edén en el planeta que no pudo jamás soñar ningún poeta.
Palabra del Dia
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