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Actualizado: 11 de junio de 2025
Había salido por la mañana a comprar nacimientos, velitas de color y otras chucherías para los niños de Candelaria. «Pues entonces replicó Juanito revolviéndose entre las sábanas , yo quiero que me digan para qué sirven mamá y Estupiñá, que se pasan la vida mareando a los tenderos y se saben de memoria los puestos de Santa Cruz... A ver, que me expliquen esto...».
Botín, cubriéndose con su calma egoísta y dando a la disputa un giro tranquilo, que era como los círculos que hace la serpiente, dijo así: «No quiero incomodarme. Veremos quién desaloja... Isidora, he sabido todo lo que ha pasado. No hay que fiarse de precauciones... Esto se acabó... Usted se lo ha ganado... Usted pierde más que yo. Me está usted mareando. Déjeme usted en paz.
Mis pasos eran cada vez más cortos y más tardos, recorriendo, mareando, el confuso laberinto de las calles, animadas con vivas ráfagas de luz, regaladas de músicas y vibrantes de gritos y carcajadas femeninas. Llegaban las once, y entonces mis pies se movían presurosos por la revuelta calle de Argote de Molina, hasta alcanzar la casa de Gloria.
Señalaba los objetos que había en cada pieza, qué plantas adornaban el patio, si había canario en el zaguán... Misia Casilda siempre trabajando, con su bata de lana y sus dos bandós tan alisados; don Pablo Aquiles, al Ministerio a las doce... no se le oye nunca la voz. Quilito, mareando a todos con sus fantasías. El mastín de la casa era Pampa, la india, enseñando los dientes al que entra.
Palabra del Dia
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