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Actualizado: 29 de septiembre de 2025


El Izarra presenta también motivos de fantasía para las imaginaciones vagabundas; en ese alto acantilado, paredón gigantesco, pizarroso, con vetas blancas, las hornacinas se abren como esperando una imagen; los balcones, ribeteados por liquenes verdes, se alargan en lo alto. Podría asomarse allí una ondina o una hada.

Y con la suavidad del mar en la playa, contrasta la violencia de las olas en la punta del Faro, hacia el lado del Izarra, en los arrecifes de Frayburu. En pocas partes la conjunción del mar y de las rocas se verifica de una manera tan violenta, tan tumultuosa, tan trágica como en esos peñascales del Izarra, dominados por ese islote negruzco llamado Frayburu.

El viento soplaba con fuerza, en ráfagas violentas; las olas batían las rocas del Izarra produciendo un estruendo espantoso y llenándolas de espuma. Pasamos por delante de Frayburu, la peña grande, negra, la hermana mayor de las rocas del Izarra, que desde el mar parece un torreón en ruinas. Comenzamos a acercarnos al Stella Maris.

Es muy honrada, muy virtuosa dijo con amargura el millonario, Pero, para , como no existiera. ¡Ay, Luis; estoy solo! Yo creo que la vida debe ser otra cosa: tanta honradez es inaguantable. Llegaba hasta el jardín la vocecita de la hija de Sánchez Morueta, cantando al piano el Goizeko izarra, la invocación melancólica á la estrella de la mañana.

Seguimos avanzando y salimos debajo de una chimenea inclinada que formaban dos lajas de pizarra. Quedaban restos de tramos de una escalera. Recalde, más ágil que yo, trepó hasta arriba, y yo subí después de él, ayudándome de la cuerda. Estábamos entre las rocas del Izarra; nos faltaban unos metros para llegar hasta el camino del acantilado.

Me gusta ver, al amanecer, cómo se aligera la niebla y sube por el monte Izarra, y comienza a brotar la ciudad y el muelle de las masas inciertas de bruma; me encanta oír el cacareo de los gallos y el chirriar de las ruedas de las carretas en el camino. Cuando hace buen tiempo salgo por las mañanas y recorro el pueblo.

Yo cogí una fiebre y no me he curado todavía de ellaEn el paquete venían dos grandes perlas que Small me enviaba. Me repugnaba quedarme con ellas; no quise enseñarlas a mi mujer, y, subiendo al Izarra, las eché al mar. Servirán pensé para que se adorne alguna ondina de aquellas conocidas por Yurrumendi. Han pasado muchos años de vida normal, tanquila, sin más incidentes que los cotidianos.

Siempre estaba escudriñándolo todo; su padre, por esta tendencia a registrar, le llamaba el carabinero. Los domingos mi madre comenzó a dejarme andar con los camaradas, después de hacerme una serie de advertencias y recomendaciones. Ya, teniendo tiempo por delante, no nos contentábamos con ir al arenal; subíamos al Izarra y después íbamos descendiendo a las rocas próximas.

Toda esta serenidad, toda esta placidez se cambia en agitación y en violencia cerca de la costa, junto al acantilado del Izarra, con sus lajas pizarrosas, negras, hendidas, y sus rocas diseminadas como monstruos marinos entre las aguas. La lucha del mar y de la tierra tiene en estos arrecifes acentos supremos.

No creáis solía decir a los condiscípulos . Parece que no, pero Shanti es muy valiente. Muchas veces, después de tantos años, suelo soñar que voy en el Cachalote por la entrada de la cueva del Izarra y que no encuentro sitio donde atracar, y tal espanto me produce la idea, que me despierto estremecido y bañado en sudor.

Palabra del Dia

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