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Actualizado: 10 de junio de 2025
Esta tarde me encontré con un amigo, escribiente en una oficina, y hablando del asunto, me ha dado la clave: lo ha sabido por unos empleados... ¿Quién creen ustedes que ha puesto los sacos de pólvora? Muchos se encogieron de hombros; solo Capitan Toringoy miró de soslayo á Isagani. ¿Los frailes? ¿El chino Quiroga? ¿Algun estudiante? ¿Makaraig? Capitan Toringoy tosía y miraba á Isagani.
Esta decision de sacrificar el amor en aras de la dignidad, la conciencia de sufrir cumpliendo con el deber no impedían que una profunda melancolía se apoderase de Isagani y le hiciese pensar en los hermosos días y noches más hermosas todavía, en que se murmuraban dulces necedades al traves de las rejas floridas del entresuelo, necedades que para el joven tenían tal caracter de seriedad é importancia que le parecían las únicas dignas de merecer la atencion del más elevado entendimiento humano.
Repítale usted más bien estos versos del mismo amigo Isagani: Agua somos, decís, vosotros fuego; Como lo querais, ¡sea! ¡Vivamos en sosiego Y el incendio jamás luchar nos vea! Sino que unidos por la ciencia sabia De las calderas en el seno ardiente, Sin cóleras, sin rabia, ¡Formemos el vapor, quinto elemento, Progreso, vida, luz y movimiento!
Estratagema ó casualidad, es el caso que este percance dió motivo á que la amiga se quedase con la vieja é Isagani se entendiese con Paulita. Por lo demás, doña Victorina se alegraba, y por quedarse con Juanito, favorecía ella los amores de Isagani.
¡Ir en el mismo coche, tenerla al lado, aspirar su perfume, rozar la seda de su traje, verla pensativa, con los brazos cruzados, bañada por la luna de Filipinas que presta á las cosas más vulgares idealidad y encantos, era un sueño que Isagani no se esperaba! ¡Qué miserables eran los que se retiraban á pié, solos, y tenían que apartarse para dejar paso al rápido coche!
Era cierto que los estudiantes habían recobrado su libertad gracias á las instancias de sus parientes, que no perdonaron gastos, regalos ni sacrificio alguno. El primero que se vió libre fué, como era de esperar, Makaraig y el último, Isagani, porque el P. Florentino no llegó á Manila sino una semana despues de los acontecimientos.
Pero Paulita había oido decir que para ir al pueblo de Isagani era necesario pasar por montañas donde abundaban pequeñas sanguijuelas, y á este solo pensamiento, la cobarde se estremecía convulsivamente. Comodona y mimada, dijo que solo viajaría en coche ó en ferro carril.
Aquella noche se conquistó á los ojos de doña Victorina la fama de valiente y pundonoroso y ella decidió dentro de su tórax casarse con él tan pronto se muera don Tiburcio. Paulita se ponía más triste cada vez, pensando en como unas muchachas que se llaman cochers podían ocupar la atencion de Isagani.
¡No! contestó Isagani moviendo tristemente la cabeza; quiero quedarme aquí, quiero verla por última vez... ¡mañana ya será otra cosa! ¡Cúmplase el destino! exclamó entonces Basilio alejándose á toda prisa.
Venía una deslumbrante señorita que atraía la admiracion de toda la plaza; el P. Camorra, no cabiendo en sí de gozo, tomó el brazo de Ben Zayb por el de la joven. Era la Paulita Gomez, la elegante entre las elegantes que acompañaba Isagani; detrás seguía doña Victorina.
Palabra del Dia
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