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Además, la consideramos repugnante é indigna de todo recuerdo. No intente, gentleman, deslumbrarnos con sus descubrimientos. Aquí sabemos más que usted. Prescinda da nuevas observaciones y acuéstese prontito á tomar su leche. El americano tuvo que obedecer, avergonzado de su derrota. Las vacas, en fila incesante, subían y bajaban por una dobla rampa situada junto á la bomba.

Lo que importa que sepas sin tardanza, por lo que pueda tronar, es que había en este joriaco lo que ya tienes a la vista y no está inventariado en ninguna parte; y que todo ello, alhajas y monedas, es de tu sola pertenencia desde este mismo momento. Sorprendido con la ocurrencia, intenté hacer muy formales reparos a mi tío. No me consintió decir una sola palabra.

Después de enjugar sus lágrimas y sonarse con estrépito, prosiguió: Yo saqué a Inés de la huerta del Príncipe Pío. ¡Ay!, si no te salvaste también , fué porque no pude, que bien lo intenté, te juro que lo intenté.

Intenté explicar mi repentino alejamiento, sin herirla a ella ni a don Oscar. Pero estaba tan confuso y avergonzado, que no dije más que tonterías. Doña Tula estuvo amabilísima conmigo; pero cuanto más lo estaba, más seria y cejijunta se ponía Gloria, que no había despegado ni despegó los labios durante nuestra plática.

No, no: no lo intente, está demasiado lejos... y luego he oído decir siempre, que el río es profundo y peligroso bajo la cascada. Tranquilícese, señorita: soy prudente. Al mismo tiempo arrojé mi levita sobre la hierba y entré en el pequeño lago, tomando la precaución de mantenerme á cierta distancia de la cascada.

Entre usted en este otro cuarto y suceda lo que sucediere, ni una palabra ni intente salir hasta que yo lo busque. Fortunato no se distinguía por la bravura y de buena gana habría querido tocar de suela; pero sintiendo pasos en el patio, la carne se le volvió de gallina, y con la docilidad de un niño se dejó encerrar en la habitación contigua.

He visto en mi camino a la muerte y están marcadas mis horas... Cuando echéis el cuerpo a la tierra, volved a poner la losa que han alzado mis manos, pero antes no. ¡Maldito sea quien lo intente!... , mal hijo, no finjas dolor... Lleva a los otros la noticia, y celebradla juntos en la cueva de los ladrones, en el cubil de un lobo, donde nadie os vea.

Pues entended que el valor Sobra en el brazo del Rey, Pues sin ira ni rigor Corta, para dar temor, Con la espada de la ley. Y si vuestra demasía Piensa que hará oposición A su impulso, mal se fía; Que al herir de la razón No resiste la osadía. Para el Rey nadie es valiente, Ni á su espada la malicia Logra defensa que intente, Que el golpe de la justicia No se ve hasta que se siente.

¡Oh, no!... ¡No quiero premios!... ¡No quiero vida futura!... Quiero reposar... ¡reposar eternamente!... ¡Qué dulce... es esta palabra, padre!... ¡No sentir ya nunca más los latigazos de la naturaleza ni las puñaladas de los hombres!... ¡No sentir este cuerpo miserable que tanto me ha hecho padecer! ¡No sentir los dientes de esa infame royéndome el corazón lentamente!... Escuche usted, padre... Si usted me tiene siquiera un poco de lástima... no intente quitarme esta última ilusión... Si sabe usted que hay cielo, cállelo... No turbe usted, por cuanto más haya querido en el mundo, esta paz bendita en que voy a entrar...

Ordene, pues, y me apresuraré a obedecerle; pero no intente convencerme, porque mi situación de ánimo es tal, que mientras sea dueña de mi voluntad no aceptaré partido alguno, así se trate de un millonario o de un príncipe. »Tan gran firmeza revelaban su voz, sus ademanes y hasta sus menores gestos, que el insistir yo, habría significado tanto como querer convertir la persuasión en mandato.